jueves, 4 de julio de 2013

En el lejero - un camino rulfiano quasi dantesco



En el lejero (2003)

Evelio Rosero


Flotaba en la oscuridad, como si lo cubriera una única sábana, o esa única sábana jalara de él, elevándolo; pensó que no tenía cobijas encima, que ésa era la causa del frío, que se había desnudado en la noche sin percatarse -muchas veces le ocurría- y por eso el frío era más frío; entonces rozó su barbilla con la yema de sus dedos, rozó sus ojos y creyó que no sólo estaba desnudo sino rígido, congelado en su propio frío, muerto de verdad, y empezó a patear las cobijas hasta regarlas por el suelo.
 
Ya la solapa revela un camino rulfiano a través de las páginas de esta novela. En la contraportada se avisa del final sorpresivo. Aún así El lejero permanece intacto. Se ha dicho mucho ya en esas dos páginas pero también se ha ocultado mucho. Ese desfile sinestésico de olores y ese peculiar cosquilleo en la espalda baja permanecen intactos y vírgenes para el lector.



Tres años antes de Los ejércitos se publica esta novela y a mi juicio sí, confirma bastante bien que Evelio se volvió para mí un autor de cabecera ya ciegamente y no importa lo que escriba, lo seguiré hasta el final y punto, se me argumente como se me argumente.

El lejero es viajar hacia el inframundo y adentrarse en él, tanto narrador como historia se van congelando y desdibujando con el transcurrir de la historia. El lector, pobre lector, ¿de dónde se puede agarrar para no terminar en un Comala colombiano? De ninguna parte. Se tiene que soltar y andar con cuidado. ¡Qué difícil es leerse este libro y no pensar en Juan Preciado! Por otra parte, no hay rincones en la historia para ver concretamente más semejanzas en ambas obras.

Y así como se separa de Pedro Páramo, escinde su camino también de la Divina Comedia, la cual estructuralmente sí es fácil relacionarla con El lejero.

Es aquí donde vuelvo sobre mis reflexiones y me digo que no. El lejero es otra cosa, que si bien sus influencias son reconocibles, no es una repetición estética o narrativa de las mismas. Es decir, se trata más bien de "vino viejo en odres nuevos". Evelio se toma su tiempo para crear un ritmo propio, su propia estética. Ya desde aquí se ve el amplio potencial que da un personaje protagonista anciano y que será una delicia en Los ejércitos. Ya desde aquí se ve el camino tan pulido que se puede construir cuando uno se atreve a salir de paradigmas literarios o bien, de lo productivo que puede ser reescribirlos. Ya desde aquí se ve esa mirada impertérrita con la que el narrador observa la violencia en derredor.

Era la misma cabeza de perro que él había visto colgando de una ventana, la calavera de un perro, mondada hasta el marfil, a picotazos. Siguió avanzando. De modo que la habían descolgado para llevarla como trofeo hasta la plaza, pero ¿a quién se le ocurre colgar de su ventana una cabeza de perro?, se preguntaba al detenerse frente a los niños.

¿De qué va El lejero? Buena pregunta, de un anciano que busca a su nieta extraviada en un pueblo desconocido. Lo demás es mera suposición y alegoría. Esta vez nos topamos con una historia simple enredada hasta el extremo, y me parece imposible afirmar ahora qué pasa con certidumbre total. Suposiciones sobre mixtura de tradiciones literarias (mitos quechuas) así como guiños intertextuales se agolparán en la cabeza del lector cuidadoso. Desenlazar el embrollo, no obstante no será tarea fácil, porque mientras más nos adentramos en la novela, más niebla y penumbra cae en la historia. El anciano Jeremías Andrade va siendo acompañado de figuras esperpénticas casi transparentes, cuyas informaciones se ponen en tela de juicio a sí mismas. Es como aquella película en blanco y negro brasileña, Sudoeste (2011) donde uno tiene la sensación de que se puede reconstruir una historia, pero tal vez no sea una, sino varias y tal vez no se esté contando todo desde la misma perspectiva, como sea, el rompecabezas está sobre la mesa y vale la pena intentar unir las piezas. Y recalco: intentar. Porque en cualquier combinación habrá huecos o piezas que no empalmen. ¿Quién dice yo?

Retrocedió precipitado a la abertura, esta vez sin cuidarse de pisar o no pisar la alfombra de pollos que lo cercaba; los sintió crujir igual que los ratones en las calles infestadas, crujir debajo de sus zapatos, sólo que los pollos crujían vivos, aplastados; pero eso a él ya no le importaba; retrocedía de espaldas; no le era posible apartar de su mirada el insondable horizonte de camas, el insufrible tumulto de llamados.

Ampliamente recomendable. Novela corta pero estilísticamente muy bien lograda y definitivamente una historia que dan ganas de desentrañar.

Apostilla
Un detalle sí se me quedó dando vueltas en la cabeza. ¿Qué significa "lejero"? La palabra no está registrada en diccionarios como el de la Academia ni en otros en línea. Aquí mi suposición: viene de lejía, donde hay lejía, es decir, el pueblo puede verse como un lugar lleno de lejía -agua para hacer limpieza, para purgar pues. Suposición que encaja con esos fuertes olores que dejan los pollos y los cadáveres de los ratones, de los mil ratones, de los montones de ratones que crujen en el suelo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Venenos de Deus, remédios do Diabo (Mia Couto, 2010)




- A minha mulher falou alguma coisa?
- Alguma coisa, como?
- Do passado, da família... O senhor sabe, as famílias são caixas de histórias, segredos e mentiras.  

Venenos de Deus, p.92






Una habitación oscura, donde se ve hacia afuera. En la habitación un viejo mecánico enfermo y un doctor portugués. Poco a poco la habitación se amplía, el espacio temporal y físico también. El mecánico, Bartolomeu, se vuelve de carne y hueso. Surge además Munda, la esposa de Bartolomeu, que por alguna extraña razón lo trata de manera despectiva. Habrá un secreto como bien supone el lector. Y ambos consortes desean la complicidad del doctor. El portugués, Sidónio, haciendo las veces de lupa para el lector y esperando a su amada Deolinda, hija de Bartolomeu, que no llega.

- Tenho medo de não regressar. Não regressar de ti.
Deolinda franziu o sobrolho. Empurrou o português de encontro à parede, colando-se a ele. Sidónio não mais regressaria desse abraço.


Mia Couto (1955, Beira) construye lentamente la historia de la familia Sozinho, cuya hija, Deolinda, no aparece pero precisamente es la figura que explica la constelación de personajes. O al menos, es parte del rompecabezas de una realidad que parece velada por rumores y desdibujada por mentiras. Mientras más se avanza en la lectura menos sabe uno qué puede ser real y menos le confía a los personajes. Uno está en territorio ajeno y a veces la realidad se expresa en portugués pero es sólo eso. También la lengua sirve para ocultar secretos e identidades. Y más si la verdad depende de una memoria que se reconstruye cada vez de forma diferente.
En esta novela corta, Mia Couto no sólo consigue desarrollar un secreto de familia con suspenso, sino que además se toma el tiempo para pulir ciertas frases y reflexionar sobre el lenguaje y la identidad.

- Ini knabe dziua. (eu não sei)
- Ah, o Doutor já anda a aprender a língua deles.
- Deles? Afinal, já não é a sua língua?
- Não sei, eu já nem sei...

O português confessa sentir inveja de não ter duas línguas. E poder usar uma delas para perder o passado. E outra para ludibriar o presente.


En Venenos de Deus, remédios do Diabo el autor le coquetea al lector y lo seduce haciéndole creer que en algún momento la verdad –si existe– saldrá a la luz. El autor cuenta desde la voz de Munda, desde las nostalgias de Bartolomeu e incluso desde la voz del peor enemigo de Bartolomeu, pero esta historia no termina por develarse, y tal vez no haya que hacerlo.

- As mentiras podem ser tristes, sim.
- Não sei. Eu acreditei.
- Pois precisa esquecer. Precisa esquecer tudo o que lhe contaram.
- Esquecer, porquê?
- Porque são mentiras, esta terra mente, para viver.

Con partes descriptivas sumamente poéticas y diálogos nostálgicos y reflexivos, la historia de la familia Sozinho se vuelve una lectura agradable con suspenso progresivo extremadamente recomendable –y sobre todo si se relee y disfruta en bocados pequeños.
Tal vez seja a espessura desse céu que faz os cacimbeiros sonahrem tanto. Sonhar é um modo de mentir à vida, uma vingança contra o destino que é sempre tardio e pouco.

domingo, 17 de marzo de 2013

Península, Península - Hernán Lara Zavala

Península, Península (2008)

Mensaje de amor a Yucatán en una botella una novela histórica
 
Hernán Lara Zavala (1946) nos ofrece una delicia de novela, de aquellas que es preciso leer cuando uno se toma tiempo para conocer su propio país y no sólo cuando va a hacer uso de sus playas.

Hernán Zavala consigue atrapar desde los primeros capítulos con una narrativa fluida, coqueta, experimental*. No sólo eso, se toma el tiempo para presentarnos la península no sólo la actual sino aquella que era siglos pasados. Con paciencia -pero sin aburrir- entrelaza en su narrativa algunas costumbres y palabras mayas y le va dando carácter a ese territorio inmenso, que curiosamente los del centro no llegamos a conocer bien pero sabemos diferente a "nuestras costumbres" y que -gracias a los escuetos y malogrados planes de estudio de primaria- a veces nos parece una región donde no pasa nada (históricamente hablando). ¿Una revolución maya? ¿Años donde ese territorio no pertenecía a México? ¿Tanta violencia durante años hasta que Porfirio Diaz consigue tranquilizar la región? ¿Enfrentamientos entre mayas? Sí. Es ignorancia pura del centro.

El personaje principal, José Turrisa**, que en realidad no es principal sino un mero pretexto, nos abre la puerta para entrar en ese mundo conformado por varias pieles. Coinciden entonces tiempo, espacio, personas, culturas. Se mezclan, se rechazan pero no pueden ya separarse más. El autor -que en realidad se pone a sí mismo como el autor de una novela ya escrita pero que deberá ser una segunda vez contada- hace una declaración de amor abierta a la Península. Es imposible no querer conocer ese espacio, no con ojos de turista. Y no se trata aquí de mero y llano chauvinismo. Hernán Zavala tiene la maestría de usar varias voces para ofrecer así diferentes perspectivas: voces extranjeras de personas que no tienen nada que ver con México como Fitzpatrick o la señorita Bell y que le sirven para ver de forma crítica esta región. Pero también deja que se le cuelen voces mestizas y mayas. Y a través de su autor, se permite una licencia para opinar del tema desde el siglo XXI.

"Península, Península" es pues una introducción exhausta a Yucatán y un poco a Campeche. Para recomendar este libro valga de señuelo este fragmento lúdico que escribe en su diario la señorita Bell, institutriz inglesa que vive en una familia pudiente de Mérida:



26 de febrero, 1847. Ayer, a través de una de las mestizas que trabaja como sirvienta, me enteré de lo que es el Huay Chup.

-¿Quién se lo dijo? -me preguntó.

-Lo oí en la calle. -contesté. 
-Ah, es como el Huay Chivo. -me explicó sonriente -, sólo que no contento con asustar a la gente se mete a las casas y si encuentra a una mujer núbil se acuesta con ella sin que la mujer pueda despertar y menos gritar porque tiene algo en la boca que, con el primer beso que da, la persona queda en trance, como embrujada. 
-¿Tú crees en eso? 
-Claro, la gente lo ha visto y ha atacado a muchas mujeres. Dicen que las embaraza y cuando nace el niño sale con cara de chivo y cuerpo de hombre. Le recomiendo que cuando se duerma se tape bien y ponga sus zapatos donde tiene la cabeza y la almohada en los pies para que no la pueda besar. (Península,Península p.53)

¿Se trata aquí de una novela histórica de tema mexicano para mexicanos? No. El tema es tratado de forma universal lo que la hace aún más valiosa. Incluso hace un aporte, una reflexión suave donde se pone en tela de juicio aquello de que la libertad debe ser defendida con todo -implique esto o no guerras sumamente cruentas. La figura del doctor Fitzpatrick que conecta de cierta manera la razón y la barbarie, representa esa decepción, ese hartazgo por las rebeliones; que si bien, pudieron haber comenzado motivadas por buenas intenciones; en el camino se van deformando y causando masacres o se vuelven instrumentos de venganza. Fitzpatrick, que viene huyendo de los dos valores más sublimes por los que los seres humanos pelean: la libertad y el amor, termina encontrándose en todas partes con ellos; como si estuviera maldito y mientras más se aleja de ellos, más se los encuentra. Al final, el destino le ganó y es el amor -por su fiel Pompeyo- lo que lo ciega y le hace perder en un instante la vida.

Dos años después de publicada, la novela es galardonada por la Real Academia. Y entre los que sucumbieron al encanto de la pluma de Lara Zavala se encuentra el ya fallecido Carlos Fuentes, quien escribió un artículo sobre esta obra en el periódico Reforma.

* Aquí una probadita: "¿Nos encontramos ante una novela histórica? No estaría tan seguro. Dudo que el adjetivo "histórico" logre superar al sustantivo "novela". ¿Cómo escribir una novela basada en hechos reales del siglo XIX sin rendirse a las convenciones de la novela decimonónica? ¿Cómo resolver el conflicto, si acaso existe, entre ficción e historia? El novelista solía recordar que el viejo Aristóteles argüía que la historia se encarga de narrar los sucesos tal y como sucedieron mientras que la literatura los cuenta como pudieron o debieron haber sido. Esto nos coloca en la encrucijada ya que, por un lado, el novelista desea serle fiel a aquello que ocurrió pero por otro, desea también utilizar la libertad que le concede la novela para que dicte los hechos. (Península, Península, p.79)

**Apostilla: Llegué a esta novela porque me enamoré en las vacaciones de Valladolid y me pregunté por qué nunca se me había ocurrido antes pasar por allí. La lectura pasó pues por Yucatán, Campeche, Tabasco, Puebla, Ciudad de México,Toluca. Y ayer, a escasos -2°C en Berlín, terminé la novela. Sin embargo, no acaba la cosa allí. La búsqueda de información sobre "José Turrisa" me arrojó a su vez piezas clave para descrifrar la novela. Esto sin embargo me lo quedo para mí, sea el lector curioso el que repita esta búsqueda.

jueves, 31 de enero de 2013

Yo, la peor (Mónica Lavín, 2009)


Yo, la peor


Llegó a mis manos la novela de Mónica Lavín, Yo, la peor, en la cual se reconstruye la vida de Sor Juana. Digamos que fue una coincidencia, estando en Coyoacán me tocó escuchar a la autora hablar sobre el proceso creativo. Luego, me interesó mucho más saber de la autora porque había escrito una novela histórica.

Esta novela la leí a bocados. Pero muy lentamente. Tenía un poco de miedo de poner mis expectativas muy altas y así, ser injusta con la autora. Pero Lavín me llevó por el Valle de México y realmente vi una zona lacustre convincente. En la novela se engarzaron algunas figuras como el Padre Kino, Góngora y Vieira. Y la misma autora me acorraló por allí de la página setenta (edición de bolsillo) y me llevó a hojear poemas de Sor Juana, que releí casi como si fuera la primera vez. Así fui disfrutando la lectura, con bocaditos irregulares de la novela y unos versos por aquí y por allá.

¿Sé más de Sor Juana? No. Y sí. En la novela no aparece realmente ella –uno incluso llega a sospechar que el respeto por tremenda figura es tal, que la autora no termina por desmitificarla y se queda siempre a un metro de la monja. Pero sí vi su mundo, lo respiré, lo caminé. Todos los edificios que ahora aplastan la historia y vuelven un monstruo la ciudad consiguieron desaparecer. Los volcanes se liberaron de esa capa de contaminación que no nos permite apreciarlos más desde la capital azteca. Recordé ese frío húmedo que uno puede llegar a sentir en una caminata matutina por San Rafaelito.

Maria Luisa miró el perfil nevado de la sierra a través de la ventana de Palacio. Esa nieve invernal le recordaba la que siempre cubría los volcanes de la ciudad de México. Aún le parecía inexplicable que ese país de climas benévolos, en las cimas la nieve nunca se derritiera. Tal vez esas estaciones de cambios sutiles, y no rotundos como los veranos y los inviernos madrileños, influían sobre las actitudes de sus habitantes. Tal vez sabían hacer como que no pasaba nada, como si el habla dulce no estuviera cargada de perdigones que podían ser disparos de muerte. (Yo, la peor)

Y vi a los virreyes, y me empalagué de un México en formación, cambiante, criollo; donde se estaba gestando su identidad. Por la mitad de la novela una idea pasó por mi mente: ¿por qué diablos nació en aquella época Sor Juana? ¿Por qué? Si hubiera nacido un poquito más tarde. Y el hubiera me dejó bloqueada unas páginas. Los últimos capítulos dolieron igualmente y me dejaron vacía, cortada. Viene, sin embargo,  un anexo de la autora muy apropiado donde habla sobre la dificultad misma de tratar un personaje de tal tamaño. Y sus palabras me reconcilian con mi propia imagen de Sor Juana.

¿Hay que comentar que la autora respetó tanto a la monja que no la metió realmente en su propia vida ficcionalizada? No. Para nada. Este libro me regresó a la poesía: me hizo cerrarlo porque no conseguía continuar la lectura sin picar versos de la monja. ¿Qué autor consigue eso hoy en día? Y así seguramente convenció al jurado, que la galardonó con el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska.