jueves, 31 de enero de 2013

Yo, la peor (Mónica Lavín, 2009)


Yo, la peor


Llegó a mis manos la novela de Mónica Lavín, Yo, la peor, en la cual se reconstruye la vida de Sor Juana. Digamos que fue una coincidencia, estando en Coyoacán me tocó escuchar a la autora hablar sobre el proceso creativo. Luego, me interesó mucho más saber de la autora porque había escrito una novela histórica.

Esta novela la leí a bocados. Pero muy lentamente. Tenía un poco de miedo de poner mis expectativas muy altas y así, ser injusta con la autora. Pero Lavín me llevó por el Valle de México y realmente vi una zona lacustre convincente. En la novela se engarzaron algunas figuras como el Padre Kino, Góngora y Vieira. Y la misma autora me acorraló por allí de la página setenta (edición de bolsillo) y me llevó a hojear poemas de Sor Juana, que releí casi como si fuera la primera vez. Así fui disfrutando la lectura, con bocaditos irregulares de la novela y unos versos por aquí y por allá.

¿Sé más de Sor Juana? No. Y sí. En la novela no aparece realmente ella –uno incluso llega a sospechar que el respeto por tremenda figura es tal, que la autora no termina por desmitificarla y se queda siempre a un metro de la monja. Pero sí vi su mundo, lo respiré, lo caminé. Todos los edificios que ahora aplastan la historia y vuelven un monstruo la ciudad consiguieron desaparecer. Los volcanes se liberaron de esa capa de contaminación que no nos permite apreciarlos más desde la capital azteca. Recordé ese frío húmedo que uno puede llegar a sentir en una caminata matutina por San Rafaelito.

Maria Luisa miró el perfil nevado de la sierra a través de la ventana de Palacio. Esa nieve invernal le recordaba la que siempre cubría los volcanes de la ciudad de México. Aún le parecía inexplicable que ese país de climas benévolos, en las cimas la nieve nunca se derritiera. Tal vez esas estaciones de cambios sutiles, y no rotundos como los veranos y los inviernos madrileños, influían sobre las actitudes de sus habitantes. Tal vez sabían hacer como que no pasaba nada, como si el habla dulce no estuviera cargada de perdigones que podían ser disparos de muerte. (Yo, la peor)

Y vi a los virreyes, y me empalagué de un México en formación, cambiante, criollo; donde se estaba gestando su identidad. Por la mitad de la novela una idea pasó por mi mente: ¿por qué diablos nació en aquella época Sor Juana? ¿Por qué? Si hubiera nacido un poquito más tarde. Y el hubiera me dejó bloqueada unas páginas. Los últimos capítulos dolieron igualmente y me dejaron vacía, cortada. Viene, sin embargo,  un anexo de la autora muy apropiado donde habla sobre la dificultad misma de tratar un personaje de tal tamaño. Y sus palabras me reconcilian con mi propia imagen de Sor Juana.

¿Hay que comentar que la autora respetó tanto a la monja que no la metió realmente en su propia vida ficcionalizada? No. Para nada. Este libro me regresó a la poesía: me hizo cerrarlo porque no conseguía continuar la lectura sin picar versos de la monja. ¿Qué autor consigue eso hoy en día? Y así seguramente convenció al jurado, que la galardonó con el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska.