martes, 19 de abril de 2016

Una historia sencilla (2013) | Leila Guerriero


“Ésta es la historia de un hombre que participó en una competencia de baile.“
Así empieza el libro de Guerriero y no se cuenta nada más que eso. Posiblemente la dificultad de contar esta historia sencilla consiste en eso, que es sencilla y su sencillez nos debe apasionar de tal modo que nos hará leer sus 146 páginas. Para escribir una historia sencilla se necesita tener un ojo observador bestial y segundo una pluma precisa y potente, como la de la argentina Leila Guerriero.
               En esta historia-crónica, la autora persigue un festival de malambo en Laborde que le llama la atención, un festival en un lugar perdido que sin embargo, tiene una importancia tremenda en el baile folclórico argentino con una peculiaridad casi inexplicable: el ganador se compromete por acuerdo tácito a dejar de bailar, no se presentará más en otros concursos si es que gana el festival de Laborde. Aquí se puede ver qué es el malambo:

 
               Esta historia sencilla va del malambo, una danza con dos estilos basada en el zapateo, que cuenta con más de veinte mudanzas. Esta historia ocurre en Laborde, provincia de Córdoba:
“Para los malambistas de todo el país, en cambio, Laborde es una verdadera meca, el punto geográfico donde se concentran una vez por año sus expectativas más altas.” refiere Guerreiro sobre el artículo que disparó su curiosidad sobre esta danza y terminará llevándola hasta Laborde:
“Es el jueves 13 de enero de 2011 y la entrada a Laborde no podría ser más obvia: hay una bandera argentina pintada –celeste, blanco– y la leyenda dice: Laborde Capital Nacional del Malambo. El pueblo es uno de esos lugares con límites claros: siete cuadras de largo y catorce de ancho. Eso es todo y, como es tan poco, la gente casi no conoce los nombres de las calles y se guía por indicaciones como “enfrente de la casa de López” o “al lado de la heladería”.” (p. 19)
Aquí, gracias a los mapas de google, se puede ver Laborde:
 


¿Por qué es tan especial este festival si no hay un premio extremadamente grande ni se trata de un festival con fama en esferas no especializadas? La autora se pasa preguntándose eso durante tantas páginas.
“Para preservar el prestigio del festival, y reafirmar su carácter de competencia máxima, los campeones de Laborde mantienen, desde el año 1966, un pacto tácito que dice que, aunque pueden hacerlo en otros rubros, jamás volverán a competir, ni en ese ni en otros festivales, en una categoría de malambo solista” (p.22)

Guerriero cada vez avanza más en sus pesquisas, hasta que se topa con un espectáculo profesional de solistas, el cual describe con la fuerza que se le quedó en el recuerdo:
“Envuelto en la tensión que precede al ataque de un lobo, aumenta poco a poco la velocidad hasta que sus pies son dos animales que rompen, muelen, quiebran, despedazan, trituran, matan y, finalmente, golpean el escenario como un choque de trenes, y bañado en sudor, se detiene, duro como una cuerda de cristal purpúrea y trágica. Después, saluda con una reverencia y se va. […]
Ése fue el primer malambo mayor en competencia que vi en Laborde, y fue como recibir una embestida.” (p.34)

Durante la lectura es imposible no contagiarse por esa curiosidad de la periodista y uno va interrumpiendo la lectura y buscando en internet dónde es que queda ese Laborde, cómo es que se viste un gaucho y uno hace memoria sobre los amigos argentinos y sonríe al saber que al menos dos son de Córdoba y pueden enriquecer la lectura.
               En la crónica el festival es el tema, no sólo el origen, la técnica, la música, el vestuario. En algún momento también toca el turno a los bailadores:

“Tienen una edad promedio de veintitrés años. No fuman, no beben, no trasnochan. Muchos escuchan punk o heavy metal o rock y todos son capaces de diferenciar un pericón de una cueca, un vals de una vidala. Han leído devotamente libros como el Martín Fierro, Don Segundo Sombra o Juan Moreira: epítomes de la tradición y el mundo gaucho. La saga que forman esos libros y algunas películas de época –como La guerra gaucha- les resulta tan inspiradora como a otros les resultan Harry Potter o Star Trek.” (p.43)

Al observar los bailes, al meterse de lleno en el tema, topa con Rodolfo González Alcántara, que después se volverá campeón. Y se queda completamente prendada de su presencia en el escenario, de la convicción con la que este joven de veintiocho años se planta para bailar. Eso hace un giro en la forma de contar la crónica sobre el malambo y Laborde. A partir de este momento, la autora contará una historia personal.

 
“Y ése fue el momento exacto en que esta historia empezó a ser definitivamente otra cosa. Una historia difícil. La historia de un hombre común” (p.51)
Leila se entrevista con este muchacho y con la familia de éste y va formando poco a poco un mapa de quién este Rodolfo y nos permite entender qué tipo de hombre es, que nadie sabe de dónde le vino esta pasión por el baile siendo él un niño gordo y ajeno a ese mundo. Nos hace ver a través de sus entrenamientos y sacrificios qué está dispuesto a dar por ganar el campeonato de Laborde, para inmediatamente después dejar de hacer lo que más le gusta, bailar malambo a un nivel profesional:
“Un hombre común con unos padres comunes luchando por tener una vida mejor en circunstancias de pobreza común o, en todo caso, no más extraordinaria que la de muchas familias pobres. ¿Nos interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla –leerla- revestida? (p.79)
Es el contacto con Rodolfo lo que permite a la periodista sentir esa pasión por el malambo y que finalmente termina por apresarla toda, cuando está en el campeonato, se acerca ya la hora de la verdad, los sentimientos están todos a flor de piel y todo lo que puede hacer uno es esperar y ayudar como sea al quizás próximo campeón de Laborde:
“Mientras camino hacia el auto me siento tocada por algo parecido al privilegio: lo llevaré yo. Yo. ¿Empiezo a entender algo?” (p.130)
Como bien se puede suponer, Rodolfo gana el campeonato, no se hacen esperar las lágrimas, la emoción, todo termina en fiesta. Páginas atrás todo parecía tan incierto y pedregoso y por fin, uno puedo dejar de esperar y disfrutar de lo que ha alcanzado. Con esta frase tan sencilla, cierra el festival que hace campeón a Rodolfo:
“Ahí está, me digo. He ahí un hombre al que la vida le ha cambiado para siempre”. (p.136)
Lo que sigue ahora es un “long goodbye”, el campeón presentará su baile en diferentes provincias, impartirá un taller. Dará autógrafos, recibirá el respeto y admiración de tantos. Mejorará su vida. Un año para despedirse del malambo, porque después no podrá bailar más. ¿Valió la pena?
“[…] nosotros los malambistas, nos esforzamos, pero el sacrificio lo hacen quienes nos acompañan: porque acompañan un sueño que no les pertenece. Así que gracias a todos ustedes.” (p.138)
Con estas palabras se despide el campeón un año después de haber vencido como solista.

jueves, 14 de abril de 2016

Agota Kristof | La tercera mentira (III)


“Me acuesto, y antes de dormirme, hablo mentalmente a Lucas, como vengo haciendo desde hace muchísimos años. Le digo más o menos lo de siempre. Le digo que, si está muerto, tiene suerte y que me encantaría estar en su lugar. Le digo que a él le ha correspondido la mejor parte, que yo debo de llevar la carga más pesada. Le digo que la vida es de una futilidad total, que no tiene sentido, es aberración, sufrimiento infinito, invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión”

En La tercera mentira tenemos tanto información anterior a El gran cuaderno como información posterior a La prueba.  Antes de que los niños terminaran con la abuela -si eso realmente pasó- se cuenta como el padre deja a la madre por otra mujer que espera un hijo suyo. La madre en un ataque de celos le dispara y acaba hiriendo a uno de sus hijos por error. En el hospital la familia es separada: la madre entra al psiquiátrico. Uno de los niños termina en el hospital, luego en un orfanato. El otro es recogido y criado por la madre. Muchos años después los hermanos coinciden otra vez. Uno ha conseguido volver al país de origen, está preso y pronto será deportado. Gracias a su embajada se entera de que el hermano se ha vuelto un poeta importante y que se esconde bajo un seudónimo. Se vuelven a ver; se enfrentan. El uno atado al pasado por la madre. El otro víctima de su soledad. No hay perdón entre los hermanos.

La tercera mentira no es fuerte en ese juego del narrador gemelo, ni en ese ritmo nostálgico que nos duele en la segunda parte. La tercera mentira es... –disculpen la comparación– como el truco de Star Wars. Cuando uno como lector pensaba que ya conocía los trucos y herramientas de Kristof, llega la autora y se saca un as bajo la manga. Hay un capítulo anterior a lo que creíamos el inicio. Y a la vez no lo es. Todo es ciertamente ficción incluso la ficción misma que se concibe dentro de la ficción. La realidad se dobla un poco. Lo que se escribe y lo que se lee se deforma, se entremezcla y nada de lo que se ha leído antes está a salvo de ser reescrito o de mostrar en realidad un poco de verdad.

“Todo es mentira. Sé perfectamente que en esta ciudad, en casa de la abuela, yo vivía solo, que ya entonces imaginaba que éramos dos, mi hermano y yo, para hacer soportable la insoportable soledad”
 
La tercera mentira desploma ese afán de conocer la verdad; como si la verdad fuera más importante que el sufrimiento mismo que causa a quienes la tienen como consecuencia directa en sus vidas. ¿Han existido realmente los hermanos? ¿Quién era la madre? ¿La amante del esposo? ¿Se separaron? ¿Cómo es posible separar así a dos personas que nos convencieron doscientas páginas de no haberse separado nunca?

La respuesta a esas preguntas no importa. La verdad es el resultado del dolor que nos deja y como éste va mudando con el tiempo. La tercera mentira es existencialista, es dolorosa, es meditativa.
La tercera mentira es a la vez un juego estilístico exquisito donde los elementos mostrados cambian constantemente de lugar y reescriben la información de las novelas anteriores:

“Así pude comprarme hojas de papel, un lápiz, una goma y un gran cuaderno en el que anoté mis primeras mentiras”.

martes, 12 de abril de 2016

Agota Kristof | La prueba (II)





La prueba es la segunda entrega de la trilogía. Se publicó dos años después de que saliera el Gran cuaderno. Lo primero que salta a la vista es que los hermanos ya no están juntos. Uno se queda en el lugar de origen y el otro consigue escapar al país vecino. Klaus y Lukas pierden así la mitad de su identidad. El primer gran cambio en esta parte es el narrador: pasamos de un narrador doble a un narrador externo. También –a mi pesar– ese lenguaje preciso, directo e hiriente por su aparente naturalidad se va yendo y deja traslucir momentos de reflexión, de angustia, de soledad a través de palabras y hechos. En la primera parte era sólo a través de hechos. Pongo como ejemplo el capítulo ausente del Gran cuaderno, todo lo que hacen los chicos, ya sea golpearse, degollar a la vecina, tender una trampa al padre para no morir entre las minas, todo esto se narra. Lo que no pueden hacer los hermanos por pudor, por emocionalidad es narrar la muerte de la abuela, esta ausencia es tan dramática en el libro que se nota mucho el impacto en los chicos y no hay frase que resuma mejor ese drama que la ausencia misma de contar el hecho y describirlo. Pero el narrador no se abre para un momento de reflexión, ni cuando la madre muere, ni cuando el padre muere. Estas muertes son descritas como si se tratara de cualquier cosa.
En esta segunda parte, La prueba, Lucas se queda solo, se deprime, su granja se va poco a poco cayendo. Es la irrupción de una chica y su hijo producto de incesto quien regresa otra vez al mundo a Lucas. No es por amor, es simplemente por sentirse necesitado. Poco después Lucas se enamora de una mujer mayor y muestra un carácter más adulto. Lucas se nos vuelve un personaje que tiene muchas caras: una cara muy infantil, una cara que intenta cubrir sus debilidades, una cara pragmática, una cara nostálgica. La gran prueba consiste en separarse del hermano, en descubrir si es posible subsistir sin él. Pareciera que luego de acabar la guerra uno podría retomar la vida y seguir, todo el ambiente está repleto de vidas rotas, historias tristes o interrumpidas por un gobierno dictador. Las personas que sobreviven a la guerra se siguen desmoronando, otros consiguen mantenerse a flote, pero las consecuencias de la guerra están tan presentes que casi es como si no hubiera cambiado nada para los que la vivieron en carne propia. Lucas pierde a la mujer que ama, pierde al niño que ha criado como si fuera su hijo. Y pierde al final, la fe en que su hermano va a cumplir la promesa de volver. Claus vuelve, pero es demasiado tarde ya. No hay rastro de Lucas.

La muerte

La muerte se quedó de este lado,
enfrente de la puerta.

La muerte no quiso irse,
la eché, la empujé.

Y ella se quedó
donde deberías estar tú.

(Recibiendo a tus nietos,
quejándote de mis hermanos,
corrigiéndome las ideas,
moldeándonos el carácter)

La muerte se quedó
en la plaza que te correspondía a ti.

Y no hace más que quedarse
callada sin tender la mano,
sin mandar mensajes,
sin preguntar por mí.

La muerte se quedó
y no sé cómo hacer
para echarla de aquí.

lunes, 4 de abril de 2016

Agota Kristof | Claus y Lucas (I)


-¿Desea morir de verdad?
-¿Qué otra cosa podría desear? Si queréis hacer algo por mí, pegadle fuego a la casa. No quiero que nadie nos encuentre así. 
Nosotros le decimos:
-Pero va a sufrir horriblemente.
-No os preocupéis por eso. Pegadle fuego si sois capaces y ya está.
-Sí, señora. Claro que somos capaces. Puede contar con nosotros.
Le cortamos el cuello de un navajazo y luego vamos a sacar gasolina de un vehículo del ejército. Empapamos de gasolina los dos cuerpos y las paredes de la choza. Le prendemos fuego y nos vamos.

(El gran cuaderno)


Negro es el humor

Claus y Lucas fue una recomendación de Samanta Schweblin en uno de sus cursos de escritura creativa. Hasta entonces el nombre de Agota Kristof me parecía un chiste. ¿Cómo alguien se podría llamar así tan parecido a Agata Christie?
Confieso esa tontería porque ya en el primer capítulo tuve que tragarme cada una de mis palabras.  Claus y Lucas (un conjunto de tres novelas) es sin duda lo mejor que he leído en estos últimos cinco años.

Agota Kristof (Hungría, 1935)

Una escritora de origen húngaro que terminó en Suiza huyendo de la revolución húngara. Con 21 años se fue con esposo y bebé de cuatro meses. Posteriormente trabajó en una fábrica de relojes y unos años después se dedicó a aprender francés, lengua en la cual escribiría su trilogía.

No sólo escribió prosa, también tiene obras líricas y dramatúrgicas. A sus 51 años se publicó su primera novela (El gran cuaderno), que abrió la trilogía Claus y Lucas. La siguiente llegó dos años después, La prueba. La última parte parece apenas en 1991, La tercera mentira. Después de esta trilogía publicó otras obras. La autora falleció en 2011.

El gran cuaderno (Le Grand Cahier, 1986)

Es una novela corta donde se nos cuenta la niñez de los gemelos Klaus y Lucas. Los niños son narradores al mismo tiempo y esto extiende inmediatamente la rareza del texto. Es una novela construida con pulidos relatos casi cerrados en sí mismos, cuya extensión es breve.

Claus y Lucas salen de un mundo de amor, ternura y familiaridad y son llevados por la madre a la casa de la abuela en una ciudad fronteriza donde vive la abuela. de este lugar no se conoce ni el nombre ni la lengua hablada.

La madre se va y los deja a cargo de una mujer dura y severa que no pocas veces les muestra amor. El mundo de estos chicos se va desmoronando poco a poco, la guerra hace que la comida y el dinero falten. Poco a poco los otros pobladores, los vecinos dejan de mirarse como amigos y comienzan a preocuparse cada uno por su desgracia. Los chicos aprenden muy pronto a defenderse si no quieren verse molestados por los demás. El más fuerte sobrevive, es la primicia del texto. Entre sus extravagancias para curtirse y volverse duros, están sus ejercicios: ejercicio de ayuno, de violencia mutua, de inmovilidad. Pero también entre los dos está esa conciencia de querer saber más de ese mundo hostil que no puede ser lo único que existe. De esta manera devoran la Biblia, escriben redacciones, se corrigen mutuamente sus redacciones.

Poco a poco vamos también conociendo a los demás pobladores a través de una rudeza extrema inmediata. El estilo de los capítulos es directo, no está adornado, no hay sensiblerías en las frases ni reflexiones internas de este narrador gemelo que en algún momento nos indique que los chicos sienten algo.

Así pues, los chicos conocerán y ayudarán a la vecina, serán seducidos por la ayudante del sacerdote local, golpearán a un oficial sadomasoquista. Y todo en este mundo es planteado con la mayor naturalidad posible.