domingo, 18 de septiembre de 2016

Héctor Aguilar Camín | Toda la vida (2016)


Toda la vida

A alguien seguramente el título le recuerda el éxito de Franco y de Emmanuel.

Toda la vida descubriendo puertas a escondidas
Para escapar de tus heridas
Para buscar la aventuras que me liberen de tus besos
Solo por eso, solo por eso.


Y no está tan errado el nexo.
 
Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946)
Escritor, periodista y también historiador mexicano. Gracias a su novela con tintes autobiográficos Adiós a los padres (2014) se catapultó como novelista. Morir en el golfo (1985) es su primera novela y gracias a ella su nombre se vio implicado con escándalos políticos porque fue interpretada como una novela por encargo (del PRI). En Toda la vida entrega una novela breve de fácil digestión.
 
Leer o no leer, esa es la cuestión
Hace unas semanas se me cruzó una frase que por desgracia no pude encontrar más en el mar de información del Internet. Entrevistaban a una literata que acusaba a los escritores de no escribir para los lectores sino para ellos mismos. En la entrevista se hablaba de que el consumo de libros disminuía y a pesar de que el mundo digital tiene por ahí sus queveres, también lo tienen que ver los escritores, afirmaba la escritora. Para ella es importante traer literatura de buena calidad que sea no sólo cercana al lector sino que éste la disfrute.
Se me quedó la frase porque algo semejante me pasa a mí con los autores mexicanos. Algunos escriben para mercados europeos o americanos; otros escriben para sus amigos intelectuales y dotan sus obras de pasajes somníferos que pecan de lo experimental o lo enciclopédico. Pero, ¿quién escribe para un lector casual? No me refiero a un lector flojo, quiero referirme con ese término al lector que lee por placer, al lector que si le parece aburrido un libro, lo cierra y sanseacabó. No me refiero al lector que confunde los textos de autoayuda con la literatura, ni me refiero al lector de literatura de masas. Me refiero al lector que ve en la literatura una fuente de entretenimiento.
Es aquí donde aparece Toda la vida, novela de Aguilar Camín que por su estructura, ritmo y trama me ha atrapado desde el principio. 
 
Toda la vida
“Hasta entonces Liliana anda sólo conmigo y con otros de su edad. Su promiscuidad me afrenta, pero su atracción es más poderosa que mis celos. Me dice todo el tiempo que la saque de su casa, que la lleve a vivir conmigo, pero no tengo dinero ni adónde llevarla. Además, quiero ser escritor, y Liliana no me parece la esposa adecuada para un escritor.”
 En la contraportada se cuenta todo desde un principio: El narrador de la historia –un escritor– es testigo de una confesión: Liliana Montoya le confiesa que le ha pedido al Pato Vértiz deshacerse del novio de la hermana, Dorotea Montoya. Tal confesión crea para el escritor una barrera con Liliana, la mujer de su vida. Él va alejándose de ella, ella sigue saliendo con el Pato Vértiz. Pasa el tiempo y vuelven a verse.
Esta vez el escritor quiere saber qué tanto hay de verdad en esa confesión. ¿Realmente Liliana ha mandado a matar al Catracho, el novio de la hermana? En sus pesquisas y sin querer Serrano, el escritor, se mete en aprietos pero descubre información concreta sobre el caso (y que para no estropear la lectura no voy a contar).
               Ha pasado el tiempo, la atracción de Serrano por Liliana sigue ahí, él siempre se dejará meter en aprietos por ella, sólo su mirada ha cambiado. Ambos han descubierto muy tarde que ninguno amaba lo suficiente como para cambiar por el otro, pero a la vez su amor era tan grande como para que desapareciera.
“-Si hubieras tenido güevos, cabrón, yo hubiera sido tu mujer. Cómo serán las cosas que no tuviste güevos y de alguna manera soy tu mujer. Si hubieras tenido güevos, serías mi Dios. El Dios que andamos buscando y que no existe.”
               En una borrachera Liliana se va al escenario y pide el micrófono para cantarle esta canción a Serrano:
 
En Toda la vida no sólo vemos ese devenir de una historia de amor que no cuajó, sino también hacemos un paseo rápido por cantinas, bares y restoranes en Ciudad de México. La vida nocturna aparece como una constante de un mundo que sabe cosas que no se ven en el día. De un mundo que celebra y se niega a vivir normal, de un mundo que vive en el disfrute, en el exceso, en ese afán por ser libre y cuyos agentes acaban siendo decadentes por el transcurrir del tiempo. En la novela paralelo a esta historia de amor también hay un orden en la ciudad que se despide y se mira a sí mismo con nostalgia:
“En aquellos tiempos los policías éramos los dueños de la calle. Nosotros poníamos las reglas, decíamos qué crímenes valían y cuáles no. Éramos la autoridad, los hampones nos temían. Un comandante de cualquier corporación se presentaba en Tepito, por ejemplo, y los raterillos venían como moscas: “¿Qué se le ofrece, mi Jefe? ¿En qué le servimos?” “Pues miren, hubo un robo y violaron a la señora de la casa, pero la familia de la señora es gente de pro, así que el que hizo esta pendejada se va a chingar. Averigüen quién fue.“ Ellos iban y averiguaban. A veces hasta nos traían a los culpables.”
Sin duda esta novela es un buen regalo, una excelente recomendación para ese lector exigente que no se anda con rodeos y le gusta que le cuenten bien las historias.
Es también una instantánea quasi nostálgica de ese rostro citadino, capitalino que está desapareciendo en la Ciudad de México. Es una obra que nos sacude y nos reabre los ojos para que comprobemos que la temática en la literatura actual mexicana no se ciñe al narcotráfico y soporta sin problemas otros temas no menos complicados ni importantes.
 
 

lunes, 5 de septiembre de 2016

México

Viaducto,
periférico, insurgentes.

Plazas, filas, gente.

Y sigue la ciudad vacía sin ti,
papá.

Qué soledad de millones.