domingo, 16 de octubre de 2016

La condesa sangrienta (1971) | Alejandra Pizarnik


La condesa sangrienta (1971) | Alejandra Pizarnik

“Desnudar es propio de la Muerte. También lo es la incesante contemplación de las criaturas por ella desposeídas.“

Esta  es una breve reseña sobre “La condesa sangrienta” (Zorro rojo), un libro que me encantó en cuanto a su manufactura. Al retrato de la condesa lo acompañan ilustraciones de Santiago Caruso. Y a pesar de que es brevísimo, es una lectura ampliamente recomendable, no porque el tema sea oscuro, sino por la calidad no sólo de las ilustraciones sino de la escritura: cuidada, milimétrica. Este es un libro basado en un personaje de la realeza húngara, Erzsébet Báthory. Esta vez no resumo sino presento tres retratos: el de su autora, el de su personaje y el de su ilustrador.

Alejandra Pizarnik (1936-1972)

“Pero no murió por ello, al contrario, sino porque sus secuestradores –tal vez exhaustos de violarla– la apuñalaron.”

Alejandra Pizarnik, poeta nacida en Avellaneda de origen europeo, sus padres eran inmigrantes judíos. Estudió en la Universidad de Buenos Aires en la Facultad de Filosofía y Letras pero no concluyó sus estudios. Desde su juventud escribió poesía influenciada por poetas franceses. Publicó su primer libro con 19 años. En 1960 se fue a vivir a París, donde conoció a Cortázar y Paz. En 1969 recibió la beca Guggenheim y en 1971 la Fullbright. Es en ese año cuando escribe “La Condesa sangrienta”. Un año después, se suicidó tomando barbitúricos.
Estamos pues ante una poeta que antes de cometer suicidio, hace el retrato de una asesina mítica, la condesa Ersébet Báthory.


Erzsébet Báthory (1560-1614)

“Si el acto sexual implica una suerte de muerte, Erzébet Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental, grosera, para poder, a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser el orgasmo. Pero, ¿quién es la Muerte? Es la dama que asola y agosta cómo y dónde quiere. Sí, y además es una definición posible de la condesa Báthory. Nunca nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir. Por eso, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque ¿cómo ha de morir la Muerte?”

Noble húngara que ha pasado a la historia por haber llevado a la muerte a más de 650 jóvenes. Según se encuentra en su biografía es muy posible que esta mujer haya sufrido de epilepsia en su infancia. Para su época fue muy educada, dominaba varios idiomas y era letrada. Se casó con el conde Ferenc Nadasdy, quien pocas veces estuvo con ella dado que tenía que salir a la guerra y defender sus propiedades. Diez años después de casados, tuvieron tres hijos. La condesa enviudó a los 44 años al morir su esposo de una enfermedad contraida luego de una batalla. Supuestamente es en este momento cuando la condesa comienza sus crímenes. Al mismo tiempo se corren rumores de que practica brujería para la cual emplea sangre de mujeres jóvenes. Un noble investiga el caso, va al castillo y encuentra cuerpos. La condesa es obligada a testificar pero se rehusa. En el juicio, los sirvientes de la condesa así como ella son encontrados culpables de los asesinatos de mujeres nobles. Ersébet fue encerrada en su castillo. Murió a los 54 años. Fue sepultada en su pueblo de origen. Y en la región se prohibió hablar de ella. En el archivo nacional de Hungría se conserva una amplia documentación sobre la condesa. En sus diarios aparece información sobre el trato que daba a las chicas.

Como se ve, no es un personaje fácil. Así que como uno lo espera, no faltan apariciones en la literatura, ni en el cine, ni en el teatro que han querido profundizar en este personaje. Mito o no, es una figura que emana ese morbo atrayente. Un morbo que bien esconde el retrato de Alejandra Pizarnik y que nos causa igual atracción como repulsión leer. Si algo disfruté del libro, fue el ritmo y el tono tan bien escogido con el que se dejan caer los eventos sangrientos; ese tono técnico que nos explica cómo funcionan las máquinas de tortura. Y que cuando menos lo esperamos, de la nada, nos sorprende con una reflexión, una idea, una estocada literaria.

Santiago Caruso (1982)

“Un color invariable rige al melancólico:su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Éste quisiera liberar al prisionero pero cualquier tentativa fracasa como hubiera fracasado Teseo si, además de ser él mismo, hubiese sido, también, el Minotauro”

Ilustrador argentino, colaborador de la revista Caras y Caretas. Es el encargado de reinterpretar el retrato de Pizarnik. Aquí incluyo solamente una de sus ilustraciones de “La condesa sangrienta” donde se aprecia el detalle y la expresividad de las escenas pero más de su trabajo puede conocerse aquí.
 

 

 

viernes, 14 de octubre de 2016

El turno del escriba (2005)| Graciela Montes y Ema Wolf


“Y si la palabra no vibraba al contar, si no vibraba ni siquiera un poco, si la convicción se debilitaba, si el narrar mantenía la apariencia pero no la consistencia, aunque la cabeza del que contaba estuviese llena de cosas maravillosas como un cofre turco, el interés del que escuchaba, y con él la sorpresa, se escurría.”

Con un título muy prometedor empieza la novela ganadora del Premio Alfaguara 2005. Descubro además que una de las autoras es precisamente una que me encanta leerle a mis sobrinos, Graciela Montes, que además tiene ensayos interesantísimos sobre la literatura infantil.

Así que tomo el libro, las primeras páginas me dejan percibir un estilo cuidado, esmerado. Todo apunta a que habrá una inmensa reconstrucción histórica. Me reacomodo en el sofá y continúo. Todo sigue igual varias páginas después. El ritmo sigue imponiéndose al lector, mucha descripción, frases que están ahí para ser releídas y disfrutadas. ¿Está pasando algo realmente en el libro?

 

Leer y ópera

“La ciudad es un gran anfiteatro desde el que es posible presenciar la escena final de un drama.”

Pronto, en realidad no muy pronto, me doy cuenta de que este libro es como la ópera. Hay que llegar con el resumen de la trama leído y no esperar que sea el espectáculo quien nos informe de qué va ni quién es quién. Así es este libro y no cuenta más que lo que hay en su título: el turno del escriba. Daba lo mismo que fuera un escriba de otro viajero, de otro siglo. Se trata de acercarnos lo más posible a ese placer y necesidad casi fisiológica que tiene el escriba por narrar historias. Para mí de eso va el libro.

 

Resumen

Pero leyendo la contraportada, vemos otra presentación. La novela se sitúa en 1298 cuando el escriba Rustichello de Pisa, rehén de guerra, conoce a Marco Polo. Este le cuenta a Rustichello de sus viajes y al escriba se le ocurre narrar de aquellas tierras. En toda la novela el escriba se la pasa consiguiendo papel y piensa a quién podría interesarle un manuscrito allí. También nos enteramos de cómo Marco Polo aburre a Rustichello con tanto detalle técnico de sus viajes.

 

¿Y ya?

A pesar del ritmo, de que no haya nada de suspenso y que pensemos que esta es la novela más aburrida del Premio Alfaguara, me gustaría apuntar un aspecto positivo. Si pensamos en que ya conocemos “la ópera” y nos dedicamos sólo a ver el lenguaje, entonces podemos rescatar esa devoción de las autoras por el trabajo de un escriba, que para mí es de lo que va la novela –no va de Marco Polo ni de Rustichello, es una declaración de amor al escriba / al escritor y esto por desgracia a veces está un tanto en contra de los placeres del lector. Aquí pues, dejo rescatadas esas frases donde acompañamos a Rustichello en sus tribulaciones.

“Hablaba a gran velocidad y en tiempo presente, de modo que lo narrado no tomaba la forma de cuento sino que se desplegaba ante el interlocutor como una alfombra abigarrada de escenas simultáneas y sostenidas a la que uno podía montarse en cualquier momento.”

“Hace un boceto del dibujo con que adornará la portada, algo modesto: un pequeño retrato de sí mismo escribiendo, como un evangelista redactando su Evangelio.”

“Agoniza de pronto ante la idea súbita de que el libro ya esté escrito, y la espanta como a un mal pájaro”.

“Rustichello no puede parar de pensar en su nueva condición de escritor completo, a la que apenas empieza a acostumbrarse. Navega en una barca inestable a punto de zozobrar a cada instante.”

“Titubea, tiene miedo de olvidarse de todo. Las historias son frágiles –ahora lo sabe–, con facilidad se pierden.”

“Tal vez le convendría empezar a afear la letra. ¿Sería inagotable el don de la escritura? –se formula la íntima pregunta mientras afina la punta del cálamo con la cuchilla–, ¿o más bien un don medido, parco, una dosis para cada escritor, en estricta justicia, con lo que él posiblemente, tan pródigo en sus textos, acabaría por quedarse corto de trazos mucho antes de concluir la obra?”

Por supuesto, no hay que olvidar esos pasajes –a mi gusto le hubieran dado un poco de universalidad al texto– donde se habla sobre el hecho a narrar: dónde queda la libertad creativa para atraer al otro y dónde se acomoda la mentira, el atajo, la tergiversación de una realidad que se presenta como verdadera.

“Rustichello cabeceaba. […] Ni en sueños incluiría eso en el libro. […] Se consideraba libre de decidir qué poner y qué quitar, y hasta dónde el sentido común le indicaba, antes de que malgastar pliegos anotando revoltijos de números prefería tragarse todas sus plumas.”

“Sutilmente, con rodeos, distrayendo la voz, hasta se permitió sugerir que si algunos de esos ingredientes –se refería a los milagros, los topacios, los cuernos– estaban ausentes de aquellos lugares, no necesariamente tenían que faltar en el libro, y una vez que estuvieran en el libro sería casi lo mismo que si estuvieran en los lugares.”

lunes, 10 de octubre de 2016

Hoy no

No quiero creer que te moriste.
Porque a veces me va tan bien
que me parece injusto
no dejarte compartir mi tiempo.

El día está soleado
y yo no paro de sonreír.
No pienso ni en lo que viene,
ni en lo que se fue.

Te traigo a la memoria,
cuélate por aquí
y vamos a jugar con ella.

No te caigas esta vez.
Agárrate fuerte,
que hoy me toca a mí
auparte.