viernes, 11 de diciembre de 2020

Hijos varios | Iliada Ediciones

 Con muchísima alegría y nuevos bríos comparto la entrevista que di a Iliada Ediciones por motivo de la publicación de "Hijos varios", mi primer libro de cuentos.


Link a la entrevista



El link para adquirirlo es:  este.


miércoles, 25 de noviembre de 2020

“El primero que me traiga un calcetín” o de cómo la risa siempre cura todos los males

En México, durante la niñez, aunque no tenemos ritos de iniciación para probar nuestro valor, si tenemos un par de pruebas inoficiales. ¿Quién no se acuerda de cómo los adultos lo miraron diferente cuando por fin tomó del guisado que sí pica? ¿O de cuando lo dejaron de ver como un niño pequeño y empezaron a atarle los ojos para pegarle a la piñata porque ya era grande?

                Existe, además, un evento que año con año traumatiza a generaciones de niños en fiestas infantiles, o, por el contrario, les constata que efectivamente están hechos a prueba de balas: participar en el show de payasos y sobrevivir en el intento superando vejaciones, entendiendo bromas en doble sentido y descubriendo a tiempo trucos que nos quitarán los calzoncillos o nos harán caer en el ridículo.

                Hace años que no voy a una fiesta infantil en México y cada vez menos escucho en mi familia que alguien se preocupe de buscar un buen payaso o espectáculo de magia. Yo recuerdo que odiaba que me hicieran pasar al frente. Por alguna extraña razón se me ponían las rodillas blandengues y la lengua me se trababa... eh... quiero decir se me trababa. Y a pesar del miedo, cómo me reía con ellos. Gracias a estos espectáculos aprendí mis primeros chistes, mis primeras reacciones para desarmar al otro con algún comentario fuera de lugar.

Algunos payasos cantaban, otros hacían acompañar su show con efectos de sonido y ruidos de petardos, fanfarrias o flatulencias. Hacían pasar al festejado, a los padres; incluso el tío amargado que nunca sonreía se divertía por fin.

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de compartir el espectáculo del payaso Duende Canica en una fiesta infantil realizada por zoom. Desde la comodidad del sofá, el festejado, mis tíos, mis primos, sobrinos y hermanos veíamos embelesados como algunos chiquitines (que tenían activas sus cámaras) miraban boquiabiertos los trucos del payaso o reían a carcajada suelta.

Duende Canica nos hizo creer durante buenos cincuenta minutos que estábamos todos en el mismo lugar. Me hizo llamar como loca a mi perro para mostrarlo por la cámara y quizás así darle un punto al equipo de las mujeres. Me hizo quitarme un calcetín y mostrarlo en una videofiesta a conocidos y desconocidos. Hizo que los niños gritaran “¡Yo!” mientras saltaban de su asiento. Y todo eso a pesar de que él ni siquiera podía escuchar aplausos o gritos para no causar un caos en el zoom, sólo él activó su micrófono.

¿Cómo es posible transmitir tanta risa y buen humor en estos días donde las noticias nos machacan los nervios? Con ingenio, creatividad y amor por la profesión que se ha escogido. A veces pienso que justo esa capacidad de reinventarse es lo más preciado que tenemos los mexicanos, esa mentalidad de “Canta y no llores”, de burlarse de la mala suerte, de consolarse a sí mismo, de reírse... porque al fin y al cabo, ninguno de nosotros va a salir vivo de aquí, entonces para qué sufrir.

No hay nada más encomiable que divertir a los demás en este tiempo. Gracias inmensas a todos los artistas que siguen reinventándose y haciéndonos sonreír. Al payaso, al mago, al mimo, al músico, al bailarín. Gracias por no doblar los brazos.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Breath of the wild para Nintendo Switch o de cómo mi hermano comparte el sofá conmigo viviendo a 10.000 km de mí

Nintendo Switch

Mediados de marzo 2020, veo videos del confinamiento en España. ¿Qué tal si nos hacen lo mismo aquí en Berlín? En un ataque de supervivencia por mi salud mental, me pido el Nintendo Switch con un par de juegos. A partir de ese momento se dispara en mi cabeza el pasado.

            


    

            Recuerdo como un viernes de diciembre de 1998, por fin, pasa: Con todos nuestros ahorros y la ayuda de mi madre, nos hacemos del quinto juego de la franquicia The Legend of Zelda y primero de la serie en emplear gráficos en 3D, Ocarina of time para Nintendo 64. Saliendo de la secundaria, mi hermano y yo compramos comida y bebida y nos encerramos en la habitación para terminarlo ese mismo fin de semana. La estrategia será la misma que habíamos empleado para Zeldas anteriores con mi hermana, no haremos nunca pausa, nos rotaremos y cuando uno no consiga avanzar, él otro intentará seguir. Quien no juega, duerme o sigue atento los avances, de tal manera que no hay momento alguno de interrupción del juego.

                Pero Eiji Onozuka (ahora responsable de la franquicia) y el legendario Shigeru Miyamoto (su creador), nos tienen preparadas muchas sorpresas. Después de avances constantes durante dos horas de juego, aparece un freno, llegamos a un edificio y no conseguimos entrar a todos los rincones. Probamos, interactuamos con todo lo que se nos ocurre y nada. Una puñetera red nos bloquea la entrada. ¿Por qué a los japoneses les gusta torturar así a los niños y adolescentes? El mundo nunca lo sabrá. Ya en serio, quizás es para hacerlos abrir su espectro de potencialidad creativa, o al menos, eso es lo que infiero después de conocer las motivaciones de Miyamoto: la primera, crear un mundo para ser resuelto a través de enigmas o acertijos y la segunda, permitirle al jugador ser el descubridor del mismo (digresión: justo esto es la base del juego “RPG” o “role-playing-game”). Al tomar esta decisión, hizo que la rapidez o la precisión -incluso la puntuación adquirida-, aspectos explotados ya desde tiempos del ATARI, perdieran relevancia en la franquicia Zelda.

                Larga charla hecha corta: No conseguimos resolver un detalle. Nadie de nosotros quiere decirlo, porque hemos soñado tanto con el juego y cómo lo terminaremos en un fin de semana, pero es posible que nuestros planes fracasen. No podemos creer que nos hemos atascado tanto en un detalle al inicio. Y si alguien verbaliza la duda (que no podemos solos), nos vamos a poner muy tristes. Por fortuna, y quizás porque la Inspiración llega justo cuando sabemos que la ingrata debe de llegar: mi hermano, control en la mano, de repente, luce diferente: se le ha ocurrido algo. Sube un piso, el segundo y llega al tercero. Se acerca a un precipicio. ¿Qué va a hacer este loco? Se deja caer al centro de la maldita red bloqueadora que nos ha hecho rebotar tantas veces...

                Link, llámese Adrián aquí, desde el tercer piso y con su peso: rompe la red y desbloquea la entrada. Mi hermano ha sido siempre así

, va un paso más que otros. Uno habla con él y parece que lo conoce, pero su cabeza funciona diferente y es maravilloso que sea así. De pequeñín, los reyes, llámense aquí Melchor, Gaspar y Baltazar, le trajeron un robot que tenía varias luces, avanzaba, daba vueltas y decía una o dos frases. Y mi hermano, con toda su inteligencia de nene de cuatro años, lo tomó, lo observó un par de veces y lo destripó. Supo que no había magia en ese cacharro de plástico: se trataba de baterías, resortes, partes giratorias e incluso descubrió nexos entre partes. Yo nunca habría destripado mi juguete; no por su valor, sino por evitarme un regaño de mi madre. A veces, quiero saber qué hay dentro de las cosas y me acuerdo del robot, y me acuerdo de mi padre armándolo de nuevo. Por eso sé que está bien dejar salir a ese niño que solo siente curiosidad.


Breath of the Wild

                La última consola que probé en serio fue el Nintendo 64, me desencanté con la play, posiblemente por ese boom que hubo en juegos de ego shooter y con los cuales –abiertamente– sí tengo mis problemas, porque muestran demasiada sangre y violencia y reproducen ad infinitum, clichés y estereotipos.

                Así que, en 2020 ni soy gamer, ni sé a ciencia cierta si me engancharé con mi Nintendo Switch, que llega el día de mi cumpleaños junto con dos juegos, Link Awakening y Mario Odyssey (¡joya!). El tercero, Breath of the Wild, está agotado, la versión para descargar no me interesa. Apenas en agosto me ocupo de comprarlo, porque el confinamiento va pa´ largo.

                Para entonces y como buena jugadora de antaño, en mi memoria no puede haber nada más especial que Ocarina of time, de los poquísimos juegos que han alcanzado la máxima nota por sus usuarios. Ocarina es un juego que está hecho con pasión y amor, todo está cuidado al detalle (técnica y artísticamente) y esto no solo enloqueció a los jugadores, sino que puso el estándar a superar muy, muy alto. ¿Quién que lo haya jugado no se acuerda de las melodías? Podemos sin problemas tararear ahora mismo el Bolero del fuego. Si algo nos ha enseñado la franquicia es a mirar el mundo del juego con curiosidad y a estar convencidos de que nadie es un genio, que incluso el mismísimo elegido tiene que empezar desde cero, aprender a usar la espada, montar, pensar y sobre todo a imaginar: con su simple fuerza, jamás vencerá a Ganon.  

                Y si desde 1998 ni siquiera Nintendo ha superado Ocarina, ¿para qué sacar más juegos de la franquicia? Ya no se puede hacer una obra maestra superior a nivel conceptual de las aventuras de Link y Zelda... Tal vez habría uno de conformarse con subir la complejidad o mejorar los gráficos. Además, mi hermano y yo ya no somos aquellos que soñaban con proteger Hyrule y se desvelaban frente a un juego de 256 megabits.

                Pues no, otra vez tengo que aceptar que hay gente que en su naturaleza está abrir robots para destriparlos, saber cómo funcionan... y mejorarlos, como demostró Eiji Onozuka en 2017 cuando presentó Breath of the Wild, posiblemente el mejor juego para Switch, según youtubers y foros. Para mí, Breath of the Wild ya no es un mundo, es un universo narrativo que conjunta lo mejor de un mundo ancestral y fantástico con un mundo sorprendentemente humano. Sí, cuenta con un sinfín de personajes (¡cada uno con historia!), acciones (correr, caminar, escalar, nadar, montar, volar, dormir, cocinar, entrenar), santuarios a resolver en juegos de lógica y observación, pruebas..., atuendos, armaduras, mazmorras que me cabrean porque mi inteligencia espacial es nula, secretos, detalles. Pero posiblemente todo esto no sería tan sorprendente si no existiera el elemento más humano de todos: la libertad de juego. Si ya desde el primer título esa fue la premisa de Miyamoto en la franquicia: no al juego lineal en las mazmorras, viene Onozuka y extiende el concepto al mundo entero de Zelda. El jugador decide adónde, cómo y cuándo.


¿Y con quién demonios voy a compartir mi boca abierta al jugar tremendo juego?
Con el único compañero que entiende mi sorpresa y fascinación. El que me manda mensajes de aliento para que ya no ande de cobardicas y me enfrente de una puñetera vez contra un Centaleón; el que cuando le cuento que ya tengo el poder de Urbosa, sabe que resolví la mazmorra de Vah Naboris y vencí a la Ira del Rayo. Con mi hermano.

Porque en este mundo, tal cual como en Zelda, uno también decide cómo juega su vida y yo decidí jugarla con él, con la certeza de que en diez o veinte años nos espera el siguiente Zelda épico, que hoy no tenemos ni idea de cómo será, pero sí sabemos que en el sofá seremos tres: él, yo... y su hija Zelda, que para entonces ya no será una niña.




martes, 10 de noviembre de 2020

Manos

Tus manos, abuela, 
llenas de pecas
y pliegues
Tibias y envueltas de tiempo
Tus manos de abuela,
que no de madre,
con sus dedos saltarines
de pianista perdido
que no controla el ritmo
Tus manos, abuela,
que limpian, 
dudan,
y fabulan
Tus manos que miro
escribir en morse
tantos mensajes
sobre tu regazo
Serán palabras de amor 
a mi madre
o al abuelo
o al amante
Palabras no dichas
que rebotan 
en tus labios
mientras duermes
Y desaparecen
mal leídas
de tu boca
si pregunto
impaciente
a quién sonríes
cuando duermes
Tus manos, abuela,
-flacas, calladas-
pareciera que solo llevan pliegues

domingo, 25 de octubre de 2020

Tinta

 

Tinta

 

Negra risa,

sudada, apresada por los costados

 

Negra pausa,

censura

 

Hueco entre elementos

que no quieren unirse

 

Tinta que llena renglones fluídos

y cubre el papel

 

Negro es el color,

las pausas y comas,

el ánimo de hoy

perseguido por puntos suspensivos

… o comas …

y falta de color,

exceso de palabras,

tonos, texturas

 

Negro el trazo,

la mancha,

la falta de precisión.

viernes, 23 de octubre de 2020

Higueras (30/07/20)

Higueras

Aroma a jardín de la abuela,
a guerra de primos
trepados entre ramas
y hojas orejonas
sostenidas por piernas
paquidérmicas
salpicadas de brea

Frutos verdes,
granadas de mano

Maduros,
decoración envidiada
por parientes que engullen
las creaciones de la abuela

Higos,
que le borran protagonismo
al mar Adriático
en un poema


Higueras chaparras
llenando terrenos baldíos
de predios en venta permanente
a turistas que sueñan con volver
a bañarse en agua cristalina y playas pedregosas

Higos caídos por la calle,
malogrados,
dulces, pequeños,
que despiden el mismo aroma en todas partes
y tiempos

Gotas verdes
de un llanto contenido en la costa croata,
donde aparece mi abuela
y su voz dando órdenes
para bajarnos de su higuera 
no halar los higos nuevos,
esos que brotan savia
y dejan correr leche ardiente
-infantil urticaria- en las batallas,
en el jardín de mi abuela, 
en un barrio cualquiera, 
que colinda atemporal
con el mar Adriático.
                                                   30 de julio 2020, Razanac, Croacia

jueves, 10 de septiembre de 2020

lunes, 8 de junio de 2020

Aire

Está embozado el aire
y una mano ajena
lo cepilla con cinismo

Ay del viento que nos posee
y allí nos prostituye,
con sus plumas libérrimas,
entre alas ahuecadas -de sol asfixiado
que aborrecen lo mismo al fuego que a la tierra

Aire condenado en los pulmones,
hacinado en el tórax pudibundo

Aire que no pertenece, que se marcha
en bocanadas cenicientas o expiraciones humanas

Aire que une un ojo con una rodilla 
tibia, un húmero o un cúbito
sin preocuparle el orden de la vida

Aire que esculpe dedos doblados y punzantes
y toca, violento, labios y dientes.

Aire que no tiene forma, 
que se lleva en el tiempo, por la sangre,
dentro del soplo que busco
y sólo hallo en los silbidos
mullidos de los muertos

Allí iré, aire, con ellos

viernes, 1 de mayo de 2020

Brasil


Brasil
Brasil comenzó a dolerme
cuando llegué a su costa.

Inocentes intentos homicidas
omití pasando por Presidente Vargas.
Esquivé sin saberlo
letales proyectiles escondidos
entre el verde maduro de fronda gorda.

Brasil me dolió en el delta,
cuando me desvistió la confianza
y el diletantismo del amante ingenuo
se dejó endulzar el oído.

Nasales sílabas
y sonoros versos.

Brasil me rompió a distancia
entre dunas y playas
de sal y piel morena.

Brasil me mintió.
Y yo esperé diez mil kilómetros
de vuelta.

Colorido, desgraciado.
Ay de mí que me despierta un mal sueño
en Fortaleza
y me escupe en Olinda
con la cara revuelta.

Ay de las olas, sus olas,
que ya no me despiertan.

sábado, 25 de abril de 2020

Leandro López | Cuento en "La Colmena"

"Leandro López zanjaba todas las conversaciones con dos palabras. No
tres, ni cinco; necesitaba sólo dos palabras. Siempre tenía razón, siempre acertaba."



El cuento puede leerse en la versión digital de la revista "La Colmena".

Pinchar aquí


viernes, 10 de abril de 2020

Tormenta

Sabía que la tormenta
no vendría
Que se quedaría
a medio cuajar el cielo
y una grieta sucia
anunciaría la tregua.

Estrías de cirros,
plegarias cumplidas en el último momento,
donde solo queda volver
sobre los propios pasos,
desandar el miedo
y cerrar la sílaba no dicha en este texto.

martes, 31 de marzo de 2020

En días de coronavirus

Hace poco me pidieron una crónica sobre estos días de pandemia. De eso ya pasó un tanto. Por fortuna, aquí en Berlín no se está tan mal... La gente puede salir sin reunirse en grupos mayores de tres.

Como tengo perro, salgo continuamente a bosques, porque a la Mala Rodríguez le encanta brincar como bambi. No hay nada que le dé más placer que el bosque.

Primero la llevábamos a Wuhlheide, luego la gente empezó a frecuentar ese lugar. Luego nos alejamos a Hirschgarten, a Friedrichshagen... Hasta que terminamos en Wilhelmshagen, aquí ya los paseantes disminuyen.

Nos cuesta quince minutos más y el paisaje es hermoso. Dunas, bosques y de fondo diferentes trinos.

Ojalá la gente se dé cuenta que algo tan "sencillo" como un paseo por el bosque en realidad es una bendición y una buena experiencia.

Aquí está la crónica



lunes, 6 de enero de 2020

El sub | Palabrijes 19 y 20 "La ciudad como texto"

Con un enorme gusto comparto el link de mi cuento "El sub" que viene dentro de la revista Palabrijes de la UACM, número 19 y 20.

"Hoy quedé con Monika en Lichtenberg. Me citó hace una semana en el Katzencafé, posiblemente el primer café hipster de la zona B, fuera de la zona céntrica de Berlín y cuya atracción principal no son los cinco gatos que siempre están ahí, sino los pasteles de la casa. El café queda a una hora de donde vive ella. Es la primera vez en nuestra relación que repetimos lugar, lo cual es mucho decir, llevamos poco más de tres años saliendo. Quiere hablar conmigo. De la emoción, me he venido a pie los siete kilómetros de camino. Seguro que desea que volvamos a la zona A, como la gente normal. Lo presiento."