Yo, la peor
Llegó a mis manos la novela de Mónica Lavín, Yo, la peor, en la cual se reconstruye
la vida de Sor Juana. Digamos que fue una coincidencia, estando en Coyoacán me
tocó escuchar a la autora hablar sobre el proceso creativo. Luego, me interesó
mucho más saber de la autora porque había escrito una novela histórica.
Esta novela la leí a bocados. Pero muy lentamente. Tenía un
poco de miedo de poner mis expectativas muy altas y así, ser injusta con la
autora. Pero Lavín me llevó por el Valle de México y realmente vi una zona
lacustre convincente. En la novela se engarzaron algunas figuras como el Padre
Kino, Góngora y Vieira. Y la misma autora me acorraló por allí de la página
setenta (edición de bolsillo) y me llevó a hojear poemas de Sor Juana, que
releí casi como si fuera la primera vez. Así fui disfrutando la lectura, con
bocaditos irregulares de la novela y unos versos por aquí y por allá.
¿Sé más de Sor Juana? No. Y sí. En la novela no aparece
realmente ella –uno incluso llega a sospechar que el respeto por tremenda
figura es tal, que la autora no termina por desmitificarla y se queda siempre a
un metro de la monja. Pero sí vi su mundo, lo respiré, lo caminé. Todos los
edificios que ahora aplastan la historia y vuelven un monstruo la ciudad
consiguieron desaparecer. Los volcanes se liberaron de esa capa de
contaminación que no nos permite apreciarlos más desde la capital azteca. Recordé ese
frío húmedo que uno puede llegar a sentir en una caminata matutina por San
Rafaelito.
Maria Luisa miró el
perfil nevado de la sierra a través de la ventana de Palacio. Esa nieve
invernal le recordaba la que siempre cubría los volcanes de la ciudad de
México. Aún le parecía inexplicable que ese país de climas benévolos, en las
cimas la nieve nunca se derritiera. Tal vez esas estaciones de cambios sutiles,
y no rotundos como los veranos y los inviernos madrileños, influían sobre las
actitudes de sus habitantes. Tal vez sabían hacer como que no pasaba nada, como
si el habla dulce no estuviera cargada de perdigones que podían ser disparos de
muerte. (Yo, la peor)
Y vi a los virreyes, y me empalagué de un México en
formación, cambiante, criollo; donde se estaba gestando su identidad. Por la
mitad de la novela una idea pasó por mi mente: ¿por qué diablos nació en
aquella época Sor Juana? ¿Por qué? Si hubiera nacido un poquito más tarde. Y el
hubiera me dejó bloqueada unas páginas. Los últimos capítulos dolieron igualmente
y me dejaron vacía, cortada. Viene, sin embargo, un anexo de la
autora muy apropiado donde habla sobre la dificultad misma de tratar un personaje de tal
tamaño. Y sus palabras me reconcilian con mi propia imagen de Sor
Juana.
¿Hay que comentar que la autora respetó tanto a la monja que
no la metió realmente en su propia vida ficcionalizada? No. Para nada. Este
libro me regresó a la poesía: me hizo cerrarlo porque no conseguía continuar la
lectura sin picar versos de la monja. ¿Qué autor consigue eso hoy en día? Y así
seguramente convenció al jurado, que la galardonó con el Premio Iberoamericano
de Novela Elena Poniatowska.
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