miércoles, 6 de agosto de 2014

Plegaria por un Papa envenenado (2014) | Evelio Rosero

Muerte de Juan Pablo I


El Papa Luciani había muerto de un ataque al corazón, un infarto al miocardio por una sobredosis de su propia medicina: ningún médico se atrevió a firmar y confirmar semejante veredicto. No hubo autopsia.(Plegaria, p. 52)
 
Ya lo había comentado en alguna otra reseña de Evelio, yo soy devota lectora suya. Los ejércitos me fascinó, así como En el lejero. El autor como bien lo presume Tusquets, es el heredero de García Márquez. Rosero tiene una prosa única y diferenciada.
 
En la nota que da el propio autor sobre el tema, se presenta honesto y explica su interés para comprender mejor el contenido. Como justifica, él tiene la libertad de expresar situaciones, llenar huecos, hacer conjeturas en aquellos resquicios que el investigador no por falta de pruebas. Aquí, en Plegaria por un Papa envenenado, hace nuevamente buen uso de recursos literarios. El tema es claro: Juan Pablo I 33 días de asumir el pontificado muere. Rumores de asesinato no se hacen esperar. Hasta la fecha sigue siendo un lugar espinoso para el Vaticano.
 
Pero él, como novelista, puede hablar, hacer reflexiones a través de sus personajes. Evelio no guarda sorpresas en su texto. Acusa a figuras religiosas de envenenar al Papa, de desaparecer documentos importantes. Y durante todo el texto se pasa anunciando que el Papa morirá. Nada podrá evitar ese hecho. ¿Cómo salva la narración?
 
Una vez presentado el Papa, recorre los hechos saltando entre pasado y momento de pontificado. Recordando el carácter del Papa; sus palabras y los cambios que quería hacer en el Vaticano.
 
(el Papa) tenía varios documentos aferrados las gafas ladeadas sobre la cara, la boa en un rictus de dolor: en esos documentos, y según lo que el mismo Luciani había advertido que iba a hacer, acababa de firmar las destituciones y confinamientos que pensaba realizar de inmediato para purificar la Iglesia, documentos que después el cardenal Villot se encargaría de desaparecer para siempre (entre ellos su propia destitución, que el Papa le había anunciado doce horas antes), así como el testamento del Papa, sus sandalias y su frasco de remedio: las gotas que Luciani debía beber por prescripción de su médico -pues tenía la tensión baja, lo que menos ayuda a un ataque al corazón. (Plegaria pp.53)

Y en esta sarta de acusaciones ni siquiera el bonachón de Juan Pablo II escapa:
 
Lo primero que hizo el sucesor de Juan Pablo I -después de la muerte por envenenamiento de un Papa-, fue dictaminar que en adelante ningún cónclave padecería de falta de agua, lavamanos y duchas individuales, aire acondicionado, de buen pan y excelente vino, eso dictaminó Karol Wojtyla, tibio sucesor de Luciani. Lo dictaminó en primera instancia, en vez de ordenar investigar la más que extrañísima muerte de Albino Luciani (Plegaria, p. 52)
 
No quiero aquí mencionar los datos que incluye para desacreditar a los hombres del Vaticano así como ciertas tendencias de la iglesia. Lo que me parece bien resaltar es que de una manera directa enlista los vicios que se comenten en la Iglesia y que deberían ser castigados. El texto es en suma una defensa a la fe, a la buena iglesia pero es un alegato a los hombres que tras su puesto religioso toman botín de los fieles. Por eso considero que es una lectura bastante interesante -incluso para mí que soy atea.
 
Luciani muere. ¿Se acaba la narración? No. Evelio le hace un homenaje. Así como el Papa escribió cartas a autores, Evelio lo reúne con ellos en el Infierno a la manera dantesca -¿a quién si no a Dante habría de recurrir Evelio?-. Y lo pone a sufrir y a la vez maravillarse con aquellas figuras que él admiró en vida y que se atrevió a citar en sus sermones.
 
Esta parte sin duda es la frutilla del postre. Cerca del final.
 
-No puedes vernos a nosotros, pero nosotros sí te vemos.
-Deberías sentarte en la negrura y descansar a nuestro lado: nada ni nadie te quemará: de eso no se trata.
-Pero no sigas yendode aquí para allá en busca de luz que no la encontrarás.
-Aquí no hay luz, Luciani.
-¿En dónde estoy? -les preguntó-. ¿Quiénes me hablan?
-Somos Goethe, Marlowe, Dickens, Chesterton, Petrarca, Scott, Twain...Somos muchos de esa riada. Somos cientos. Aquí medramos todos, antiguos y modernos.
-Y estamos en el infierno, Luciani, ¿en dónde más podríamos estar los escritores?
 
(...)
 
-Pero tú no sueñas, Luciani. Tú estás muerto. Cuando acabes de entenderlo caerá la luz dentro de ti y podrás vernos a los ojos. Y te verás idéntico a nosotros.
 
Entonces fue como si Albino Luciani abriera los ojos, y pudo verlos a todos, y se horrorizó. Pensó en Dios y abrió realmente los ojos: allí seguía, con los del infierno.

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