domingo, 6 de julio de 2014

De autoría | III El plagio


III El plagio

Volviendo al dilema de Tengo, sabemos que las dos virtudes mínimas se bifurcan en la adolescente (el qué) y en el editor (el cómo). No obstante, existe todavía un impedimento, el joven nipón sabe perfectamente que si se descubre la trampa, él tendrá para siempre las puertas vedadas como autor porque su fama de impostor superará su talento. Tengo continúa con su labor a pesar de que conoce las consecuencias porque considera que la novela que corrige debe ver la luz definitivamente. Pero, en caso de que alguien descubra la mentira, ¿quién irá tras un hombre que sólo “pule” una novela? Y peor aún, ¿quién irá a la caza de una adolescente que se jacta de haber concebido tal obra a tan corta edad?

            ¿De dónde proviene esta voluntad de perseguir a los insidiosos, a los charlatanes que se han engalanado por poner como suyas palabras de otros? Sale quizás de unas ganas intrínsecas de castigar al plagiario, al copista, al imitador y desenmascararlo porque nos ha vendido algo como propio, porque nos ha timado. Persígase pues al impostor, al embustero. Cacemos cual aves de rapiña al plagiario. Bajo nuestra mira ya desfila Arturo Pérez Reverte, que tuvo que pagar indemnización por el guion cinematográfico Gitano. Y no perdamos de vista el objetivo ni nos dejemos deslumbrar por nombres ilustres incluso de premios nobel. Saramago es el siguiente en pasar al banco de los acusados. Pase pues y que sean los biógrafos quienes expliquen si un rumor es suficiente para desacreditar al luso y concederle la razón a Teófilo Huerta Moreno, quien afirma que Saramago se inspiró en ¡Últimas noticias! para escribir Intermitências da morte.

            Pues sí, pobre de aquel que plagie, robe o tome líneas sin citar su fuente porque sobre él caerá el repudio social, los protectores de derechos de autor así como –y ésta sí que será fulminante– la justicia divina que puede ser tarda, pero finalmente llega.

Protejamos al vetusto Quijote de vejaciones y depuraciones intertextuales o peor aún, de actualizaciones impertinentes y anacrónicas. Porque justamente eso no lo hubiera querido el padre de la novela[1], ¿no es así? Velemos por el patrimonio de la familia Neruda, Fuentes o Paz, porque de ellos es el fruto del trabajo –sudado– de sus esposos, padres o abuelos. Así lo hubieran querido ellos, ¿o no?

Defendamos sus obras porque estos autores inventaron mundos ficticios que alimentan a personajes casi reales y es a través de sus textos que explican cuestiones morales, culturales o políticosociales. De ellos provienen reflexiones que hacen mella en las faltas de sus sociedades así como en la mezquindad de sus contextos. De ellos y de nadie más es el mérito porque fueron los artífices que originaron conglomerados verbales, armatostes poéticos o pesados e inextricables muros ensayísticos cuya resistencia resulta superior al concreto. De ellos es el mérito cuando a su trabajo le acompañen las virtudes arriba mencionadas, son éstas las que nos permiten discernir entre la copia y el robo –reutilizando las palabras de Picasso. Además porque ellos –incluso si emplearon centenares de fuentes o citas– no tomaron fragmentos enteros de otros autores para desarrollar sus mundos.

En 2010 Helene Hegemann tomó el pelo a críticos de prestigio y en un principio a su propia casa editorial, Ullstein. Su novela Axolotl Roadkill[2] es una sarta de fragmentos de otras obras, un guion cinematográfico e incluso un blog. No citó sus referencias e incluso negó tenerlas; no tardaron en aparecer las primeras reseñas, las unas alababan la experimentalidad de la obra, las otras criticaban la falta de propuesta estética e incluso la tildaban de ilegible. Pronto aparecieron también las primeras acusaciones de plagio. Y para acabar el escándalo, la novela fue nominada para recibir un reconocimiento de la Feria del libro de Leipzig.

¿De qué acusan a Helene Hegemann realmente? ¿De que no puso sobreaviso a los críticos? ¿De que expertos no se dieron cuenta de las citas? Ella armó una trama (virtud uno) y pensó en el cómo (dos), ¿qué más se necesita para defender al autor? Sí, sinceridad a través de las notas al pie, tal vez dirán los unos, originalidad dirán los otros. Para terminar al final mordiéndonos la cola con el tema. La editorial defendió hasta con los dientes a su autora, o mejor dicho, a su producto. La publicidad constante y segura del escándalo había llevado felizmente a la reimpresión de la novela –o del plagio según el lado del que se esté. El libro terminó por incluir un exhaustivo listado de referencias en sus reimpresiones y la editorial indemnizó a aquellos autores de los cuales se citó más que algunas frases, sino fragmentos enteros. Concluyendo, el plagio fue sobretodo un problema económico, porque las palabras también son mercancía como bien lo dejó ver la casa editorial Ullstein[3]. Resumiendo: el copy&paste se perdona en el mercado literario (al fin y al cabo los lectores siguen buscando la obra), pero no en el académico: el nombre de la autora es un insulto en los facultades de letras germanas.

            Pregunta inocente: si alguna persona cualquiera, sin talento artístico alguno intentara escribir una novela con retazos de lo que encuentra en Internet, ¿lo conseguiría?
¿No será que sin querer hemos vuelto al principio de este texto? ¿No será que lo correcto ya no es el 
plagio, sino aceptar que, y bajo las adecuadas contemplaciones debido a la época actual, las fuentes de información, la velocidad de producción y la facilidad de acceder a estas montañas de información nos regresan en este caso de Axolotl Roadkill a una época de transmisión “oral” en la literatura? Ésta es una época donde uno lee, guarda, modifica, reenvía y reinicia la cadena, propiciando así una nueva era en las Letras donde, tomando ejemplo de la Edad Media, deberíamos regresar a renunciar en estos casos al autor porque ya es evidente que uno no se puede aferrar a este elemento. Tal vez aquí el proceso de creación y pastiche haga incompatible e incluso obsoleta la figura del autor único. Al fin y al cabo, con el tiempo lo que importa, es la obra.[4]



[1] Sea preciso hacer notar aquí que Cervantes recicló modelos grecorromanos para sus obras.
[2] Novela que trata sobre una adolescente sumida en una profunda crisis existencial, la cual intenta sobrellevar con excesos.
[3] Un buen contraejemplo nos lo brinda el político alemán Theodor von Guttenberg –le siguieron en efecto dominó otros tantos colegas–, quien perdió su cargo, porque se demostró que su tesis doctoral tenía muchos casos de plagio. Aquí pues, el impacto del plagio reside en el origen mismo de la persona: Ningún político que “copie” para obtener un doctorado es capaz de desempeñar un cargo. Actualmente von Guttenberg reside en los Estados Unidos donde imparte clases a nivel universitario.
[4] Para variar –y cediéndole nuevamente la razón a Terencio–, no hay nada nuevo bajo el sol. Me avisa un colega que accedió a revisar mi texto, que ya Roland Barthes pregonaba la muerte del autor mientras mis padres apenas se estaban conociendo.

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