domingo, 29 de noviembre de 2015

Rododendro

Tengo raíces negras
que caminan y avanzan cual rododendros extraviados.
En esta tarde donde no pasa nada
y nada me conmueve,
ni la persona prensada por el tren donde viajo,
ni los testigos hormigas 
con sus ojos abotagados.
Rododendro sigo hacia mí,
donde una fisura tibia me recibe y
me lame.
No se mueve nada aquí,
se llevan un cuerpo frente a mí.
Pero yo sigo en mí,
sin virar la cabeza,
ni contraer el vientre.
Como si por fin pudiera
estar adentro de mí.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Berlín




Berlín te veo, bastarda, con tus ojos azules y tus mallas desgastadas. Berlín, despierta, todavía hay residuos de alcohol en tus venas. Berlín, escucha la nieve comprimida que estalla y revienta bajo mis suelas. Tus aceras vírgenes están vacías. El pecho se me hincha de tu aire gélido que me anega la nariz. Berlín, te veo dormir con los zapatos puestos en la cama. (Por las mañanas, cuando uno sorprende al día y se anuncia la luz, la veo. Berlín se mueve y se despierta con gritos aislados que piden sol. Se mece en sí misma, como un niño montado en un caballo de madera. Después, endemoniada, sale a inaugurar el día por entre sus calles meretrices, corrompidas de gente. Ciudad grajilla que apedrea gustosa con lloviznas. Berlín que escupe a la cara flechillas congeladas. Berlín ingrata. Berlín que conoce sus medallas pero presume recelosa sus caídas.) Mécete Berlín, que te aupo yo, para que alcances a mirar el sol. Escucha, Berlín, esa nieve quejumbrosa. (Berlín te expulsa de sus calles. Y a veces regurgita dolorosa palabras castizas que ha parido el día.) Berlín, baja la guardia. Berlín cuando te enfadas tus vagones exhalan un regüeldo citadino. (Berlín que se pinta el rostro con maquillaje de segunda y adereza sus labios de un vulgar carmesí.) Berlín, que tienes la cintura perfecta. Berlín, que no preguntas y me tomas. (Berlín que no me deja ir.)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Tiempo fuera - Belém


Me detengo en medio de la acera,
y dejo que el peso de las compras extienda
los músculos de mis brazos.
Se me acaba de olvidar adónde era que iba
o regresaba.

Es que uno va envejeciendo
y desaprendiendo los hechos.
Me habían dicho que ocurría,
pero yo desatendí el consejo.

En medio de un cruce, en una esquina cualquiera,
se derriten mis productos congelados.
Y yo sé que iba a alguna parte.
¿Adónde era que iba?

Recuerdo que iba caminando y súbitamente
me percaté del hecho.
Comencé a desaprender.

Dejé de comprender todo aquello que sabía.
Dejé de entender por qué la gente espera con estúpido embeleso
las vacaciones de playa,
aquellas cerca del mar.

Como si las quemaduras,
el viento
y la humedad
no (me) hubieran sucedido.

Es otro recuerdo, de otro lugar.

Dejo de entender la gente.
Descifro sus palabras pero ya no sé qué dicen.
Sus frases se apilan y cubren las fachadas
de azulejos polimorfos.

Será que las palabras
sólo sirven para disfrazar
instantes de silencio.

Dejo de entender por qué la gente se levanta,
desayuna. Y va a trabajar.
Como si no supieran que esta hélice
va a pasar una vez más.
Y a la vuelta sesga lo que faltó llevar.

Dejo de entender -ignorante de mí- mi lengua,
mi color.

Y mientras más lugares recorro, más ignorante aparezco,
ya no sé
si aquello a lo que vine realmente existía
o era un vano motivo de huida.

Olvido, (desatiendo, desaprendo,) desando
me desdigo.

Gotean las compras.
Aprieto los puños
y entonces las asas me cortan los dedos
y piadosas me recuerdan
cuál era el motivo de las compras.
Traje todo menos por lo que había salido.