sábado, 28 de noviembre de 2015

Berlín




Berlín te veo, bastarda, con tus ojos azules y tus mallas desgastadas. Berlín, despierta, todavía hay residuos de alcohol en tus venas. Berlín, escucha la nieve comprimida que estalla y revienta bajo mis suelas. Tus aceras vírgenes están vacías. El pecho se me hincha de tu aire gélido que me anega la nariz. Berlín, te veo dormir con los zapatos puestos en la cama. (Por las mañanas, cuando uno sorprende al día y se anuncia la luz, la veo. Berlín se mueve y se despierta con gritos aislados que piden sol. Se mece en sí misma, como un niño montado en un caballo de madera. Después, endemoniada, sale a inaugurar el día por entre sus calles meretrices, corrompidas de gente. Ciudad grajilla que apedrea gustosa con lloviznas. Berlín que escupe a la cara flechillas congeladas. Berlín ingrata. Berlín que conoce sus medallas pero presume recelosa sus caídas.) Mécete Berlín, que te aupo yo, para que alcances a mirar el sol. Escucha, Berlín, esa nieve quejumbrosa. (Berlín te expulsa de sus calles. Y a veces regurgita dolorosa palabras castizas que ha parido el día.) Berlín, baja la guardia. Berlín cuando te enfadas tus vagones exhalan un regüeldo citadino. (Berlín que se pinta el rostro con maquillaje de segunda y adereza sus labios de un vulgar carmesí.) Berlín, que tienes la cintura perfecta. Berlín, que no preguntas y me tomas. (Berlín que no me deja ir.)

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