miércoles, 15 de enero de 2014

La ruta interior | Desempolvando a Hermann Hesse

Pero luego, lo presiento, emprenderé el camino de la ruta interior y pintaré de nuevo, como lo hice cuando era joven, de memoria y fantaseando
Me llegó de regalo “La ruta interior” de Hesse, una edición en castellano de 1977. Es un libro que contiene tres oscuros relatos; en el primero el protagonista es un niño, en el segundo un hombre adulto con deseos homicidas y en el tercero se cuenta el último verano de un pintor.
La conexión entre estas tres historias, además de cómo se ve el desarrollo (infancia – madurez – senectud) está en la orfandad de sus personajes quienes son bombardeados por sus sentimientos y sus deseos.
Los relatos superficialmente son sencillos, lo que los hace pesados es el perfil psicológico que se va presentando, cada vez más al interior, más adentro. Y lo que uno encuentra por igual es bondad y mal.
En la primera historia, "Alma de niño", se trata el tema del amor y la culpa. Y uno como lector en ciertos momentos se identifica o hace un parangón con la vida propia, en algún momento esos dos sentimientos también se relacionaron en un recuerdo decisivo en nosotros: finalmente aprendemos desde niños a amar así como a sentir culpa. Pero es apenas en la edad adulta que podemos reparar en ello. Es una historia dura, pero cuidado, es muy dolorosa para aquel que tenga una infancia nebulosa.

“Hay momentos en que nuestras acciones –el ir de aquí para allá, el hacer esto o aquello– se desenvuelven de modo tan fácil y libre que nos parece como si todo pudiera ser de otro modo. En otros momentos, en cambio, todo aparece como rígido e inmutable, como si nada fuera libre o fácil y hasta nuestra respiración parece determinada por poderes extraños y por un destino fatal.”

Se termina la historia y el personaje luego de unas decenas de páginas tiene el primer asomo de madurez y termina ensombreciendo su alma de niño.

Seguimos pues con Klein y Wagner. Un hombre normal, Klein, que deja todo porque presiente maldad en su ser. Una maldad que incluso él sabe que es real pero su práctica inexistente. Klein deja a su familia porque secretamente sospecha que puede asesinarlos para al final, suicidarse él. Acaba en ese viaje de huida conociendo a una mujer, que primeramente le causa repulsión, después atracción. En el proceso de enamoramiento, él va sospechando que esa maldad que tiene puede por fin subir a la superficie y manifestarse.

“Sin duda tiene razón, pensó Klein, no soy un hombre al que se presta atención. Una mujer así no mira a un tipo como yo. Sin embargo, la brevedad y frialdad de su mirada le hirió secretamente, se sintió juzgado y desdeñado por alguien que sólo advertía lo superficial y exterior a su persona y desde las profundidades de su pasado surgieron espinas y armas para defenderse de ella”.

Klein también representa esa dualidad del hombre, de seguir siendo individuo en sociedad, y los conflictos que esto representa. Al final, Klein termina en la cama con la chica que conoció y tiene que decidir entre constatar sus sospechas o liberarse de ellas. Opta por lo segundo.

Finalmente aparece la historia de Klingsor, un pintor en sus postrimerías con gusto por el vino y las mujeres. Un hombre apasionado por su trabajo que sabe además los límites de su arte. Klingsor se va despidiendo de la vida pero de manera feliz y plena; aunque lo demás siga cuando uno se marcha, no importa; uno tiene que hacer aquello por lo cual sienta una pasión. Lo demás no interesa. Este relato cambia: es introducido por un prefacio donde ya se cuenta el fin, se trata del último verano de un pintor. No habrá sorpresas, sólo habrá una introspección al personaje. Lo que además es relevante es que este relato hace explícito el nexo con los demás, aquí se menciona la ruta interior:

“Viviré todavía todo esto, día tras día, y pintaré unos cien estudios. Pero luego, lo presiento, emprenderé el camino de la ruta interior y pintaré de nuevo, como lo hice por un tiempo, cuando era joven, de memoria y fantaseando; haré poesías y construiré castillos en el aire. También eso es necesario”.

Este discurso es acompañado a su vez por reflexiones filosóficas orientales. Klingsor en las últimas páginas se aleja un poco de la narración y sólo lo vemos exteriormente, como si el instante que nos permitiera verlo desde dentro no hubiese ocurrido.


Resumiendo: La ruta interior es un libro que necesita su tiempo, a pesar de que se podría leer en una sentada. Sospecho que es de aquellos libros que deben ser releídos para entenderlos correctamente. Para aquellos que buscan una historia fácil, no es recomendable.


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