Hernán Rivera Letelier (1950, Talca)
“El tiempo transcurrió lento y despacioso, como debe transcurrir, creo yo, en todos los desiertos del mundo. […] Cada vez tenía más público. […] Y descubrí también que había gente que venía a oírme no porque no pudiera pagarse la entrada al cine, sino porque lo que realmente le gustaba era que le contaran películas.” (p. 75)
Escritor
chileno que creció en Algorta (zona salitrera al norte de Chile). Vivió en el
patio de una iglesia evangélica en Antofagasta, allí vendía diarios. Lo que
ganaba le alcanzaba para ir al cine. Trabajó posteriormente en la salitrera
María Elena como mensajero. A los dieciocho años entró a un taller eléctrico.
Con 19 empieza a viajar por
Sudamérica (Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina). Es ahí donde descubre su
vocación por la escritura. Comienza autopublicándose poemas y muchos años
después publica su primera novela, “La Reina Isabel cantaba rancheras” que lo
vuelve famoso en Chile. Su segunda novela, “Himno del ángel parado en una pata”
(1996) recibió también varios reconocimientos.
Actualmente es uno de los
autores más leídos en Chile.
La contadora de películas (2009)
“Al final mi padre se conformó con el par de emes y pasé a llamarme María Margarita, nombre que a mí, la verdad, nunca me gustó mucho: me sonaba a mansedumbre, a conformidad, a madre sumisa.Y yo quería ser otra cosa en la vida.No sabía qué, pero otra cosa.En eso me parecía a mi madre.” (p. 26)
La protagonista cuenta que sus
hermanos y ella viven con el padre que es discapacitado y está en silla de
ruedas. La madre los abandonó. El padre, amante del cine, por cuestión de
dinero sólo puede pagar una entrada al cine a la vez y quiere saber por cuál de
los hijos vale la pena pagar para que después cuente lo visto a él y a los
demás de la familia. Así que envía a cada uno de los hijos al cine. Aquel que
mejor cuente la película se volverá contador “oficial” en la familia. Cuando es
su turno, María Margarita emplea un poco de actuación y algunos objetos de la
casa. Otro de los hermanos también cuenta muy bien. En el desempate gana ella porque
en el último minuto se decide a cantar y se vuelve la contadora de películas de
la familia. Contar lo hace con una naturalidad tal que su fama comienza a
fascinar no sólo al padre sino a los vecinos y a la gente del pueblo, quienes
empiezan a llenar la casa y a dar donaciones para ver a la contadora de
películas. Incluso solicitan sus servicios a domicilio. El talento de María
Margarita se vuelve el negocio familiar.
“La “sala” se llenaba de niños y adultos, hombres y mujeres. Había quienes iban a ver la película al cine y luego se venían a la casa a oírla contar. Después salían diciendo que la película que yo había contado era mejor que la que habían visto” (p.48)
La niña va creciendo y
volviéndose adolescente. Vemos como la niña desaparece, como los hermanos
cambian. Todos crecen y dejan der inocentes.
“En sus gestos [de un hermano encarcelado] veía el gesto de los malos de las películas (hablaba escupiendo por el colmillo). Además, después de matar al prestamista había dejado de tartamudear. Y eso a mí me causaba una especie de pavor inexplicable”. (p.98)
También muda el entorno. La llegada de la
televisión hace prescindible a la chica. En el pueblo las familias parecen más
fascinadas por el nuevo aparato que por la contadora de películas. El padre
fallece, uno de los hermanos muere, ella tiene que buscarse marido. Aquella
historia rosa que se nos planteó al principio desaparece por completo y termina
por cerrar el último cabo suelto: la madre.
Una novela corta que atrapa,
encandila con el tono en el que es contada y que nos muestra “lo fácil” que puede parecer llegar a contar
una historia. Muy recomendable sobre todo para el mexicano que quiere
refrescarse un poco la memoria en cuanto a la época de oro del cine mexicano. Y
muy recomendable por la universalidad que logra.
“Alguna vez leí por ahí, o vi en una película, que cuando los judíos eran trasladados por los alemanes en esos cerrados vagones de ganado –con sólo una ranura en la parte alta para que les entrara un poco de aire –, mientras iban cruzando las campiñas olorosas a hierba húmeda, elegían al mejor narrador entre ellos y, haciéndolo trepar sobre sus hombros, lo subían hasta la ranura para que les fuera describiendo el paisaje y contándoles lo que veía al paso del tren. Yo ahora soy una convencida de que entre ellos debió haber muchos que preferían imaginar esas maravillas contadas por su compañero, atener el privilegio de mirar ellos mismos por la ranura". (p. 76)
Nota: Todas las citas tomadas de la edición Reclam, Serie roja, 19919
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