Te digo que soy yo.
Y no tú que te marchas
con una sonrisa de alivio
que ya no puedes ocultar.
Te digo que soy yo
y no tú.
Pero tú suspiras, altiva,
negándote a entrar
en la siguiente discusión.
Soy yo, repito
cuando cierras la puerta.
Soy yo
cuando escucho tus pasos
descender la escalera.
Pero la palabra está muerta,
la mirada directa no funcionó contigo
y colgarse del techo mucho menos.
Soy yo. Era yo.
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