martes, 26 de enero de 2021

El sentimiento es mutuo

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Desde hace unos meses siento que me cuesta seguir una conversación, será la fatiga, será que el tiempo corre diferente desde el confinamiento y me siento tan pesada. ¿Cuánto pesan las noticias? Mucho y más cuando su deseo de apanicar a la gente o ser amarillistas se vuelve tan evidente y claro. ¿Por qué no mejor se ponen a investigar cuán dividida está la gente?  

En Internet recorro posts al azar y me doy cuenta de que ese tono de denuncia y descalificación no se detiene en los medios, se esparce presuroso y parece mucho más contagioso que el covid con sus tantas mutaciones. Gente que ataca a otra sin argumento alguno. Avanza a pasos agigantados esa rabia, esa ira que tienen algunos y a la que le dan rienda suelta en comentarios o posts. Pero qué digo, tan fácil que es cerrarle el twitter a Trump o desactivar la función de comentarios en los noticiarios. Lo que no se ve, no existe, ¿no?

                Me pregunto cuántas amistades se habrán separado porque unos estaban a favor de las normas y otros en contra, cuántas se separarán por cuestiones de vacunas. ¿Cuándo se le fue olvidando al mundo que existe la palabra diálogo? Y que incluso puede coexistir con opinión diferente.

Que una persona piense diferente a mí no la hace estúpida, ni imbécil. Ni lo que juzgo yo como verdad me hace mejor o superior a ella. Y eso es una banalidad, pero ¿por qué suenan tan raras esas frases aquí? Quizás porque me las repito antes de enviar un comentario en algún canal youtube o red social. Yo no quiero participar allí. Y si no tengo nada para sumar al diálogo, mejor quedarme callada.

¿Seré yo la única que se alegra cuando en una charla cualquiera la palabra corona o distanciamiento no pone en guardia al otro?

 

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En el bosque, todavía es invierno. Un viento ligero pega suave en la cara y su humedad se abre paso por la ropa. No siento cómo mi cuerpo se compacta, es la única acción que consigue hacer en estos días estando afuera.

Mi perra evita en curiosos brincos los charcos y el lodazal del camino principal. Tal vez es la compañía de mi pareja y una amiga la que cambia la sensación térmica del cuerpo o es el video que les he grabado a un par de delincuentes picolinos al descubrir una clara huella de jabalí (van a flipar). Sí, es esa sensación de saber que cuando lo vean, van a sonreír.

Por la tarde, después del paseo, esa amiga cuya opinión es diferente a la mía me escucha y yo a ella. Prepara arroz con leche de coco y disfrutamos una cena que no sería nada sin el ingrediente principal: la sinceridad y respeto que nos tenemos, porque comeremos, charlaremos, en muchos puntos habrá divergencias, pero vamos a escuchar a la otra. Somos así (y es enriquecedor).

A veces pienso que esas personas que solo vienen a revolver las cosas, a escupir su disgusto y resentimiento es porque no tienen nada. O al contrario, porque tienen mucho, pero su miedo es más grande todavía que no les deja ver lo que sí tienen y por eso atacan. Tal vez es miedo a la muerte, a la enfermedad, a los extranjeros, a los pobres, al desempleo, a la vejez, a la soledad. Hay montón de cosas a las que temer. Y yo en estas semanas también he tenido momentos donde el miedo crece y se transforma en angustia. Porque soy un ser humano, porque es normal sentir miedo y tener la sensación de que uno se hunde.

Pero, por fortuna, me toman por el cuello y me pescan de salida justo cuando menos lo espero. ¿Quiénes? Las charlas con mi hermana y mi madre; la breve conversación con mi sobrina Avril, en cuyos ojos se reconoce tanta esperanza. Tardes con mi ahijado teutón Immo que se agenció mi corazón sin haberme pedido permiso alguno. Fotos de las cazuelas de mi prima Claudia presumiendo su maestría en la cocina o chistes con mi prima Mariana que solo entenderían quienes consideran a su mascota su perrhijo.

Ayer llegué a casa, vacía, congelada y ni siquiera hacía frío. Abrí la puerta y una postal colorida me recibió en el pequeño pasillo. Yo no sabía que las postales son tan efectivas como una bolsa de agua caliente para calentar el alma. Las palabras animan, cicatrizan, cauterizan y alivian. Siempre lo han hecho. Ayer me tocó a mí que me suturaran un huequito por donde empezaba a anidárseme el miedo. Gracias, Liss, el sentimiento es mutuo.


Imagen: https://cinismoilustrado.com   (Portal hiperrecomendable)

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