“Por primera vez en su historia, la nación tenía un
verdadero ministro de Guerra, inteligente, progresista, organizador, honrado a
carta cabal en sus manejos para distribuir con limpieza su presupuesto”
(Ignacio Solares, Un sueño de Bernardo Reyes)
Así se referían los periódicos de entonces sobre la figura política de Bernardo Reyes, futuro brazo derecho de Porfirio Díaz. Es precisamente Ignacio Solares, escritor que ha manejado con maestría el género de la novela histórica, quien rescata a tan singular político mexicano y expone en menos de ciento treinta páginas, cómo este hombre pudo haber cambiado substancialmente los acontecimientos históricos posteriores al porfiriato.(1)
En un jugoso auge de novela histórica en los últimos años, los autores mexicanos comienzan a tomar héroes nacionales o hechos históricos y los vuelven a contar en una suerte de reconstrucción de memoria histórica colectiva, que –y esto es lo relevante– no es producto de intereses partidistas o políticos (directamente). Así que, una vez tratados los héroes históricos, era cuestión de tiempo que alguien tomara un antihéroe, entiéndase por esto un tipo de protagonista, susceptible de ser héroe pero que carece de ideales mayores para volverse o héroe o, por el contrario, villano.
Es curioso, pues, que Ignacio Solares reflexione sobre la historia de
México a través de un personaje fiel al dictador Porfirio Díaz; empresa por
otro lado, nada fácil de llevar a cabo. El autor norteño recoge con puntualidad
hechos históricos definitivos que desbocarán en un levantamiento suicida contra
Madero y posteriormente, serán el preámbulo de una mal llamada Revolución
Mexicana, carente de pies o cabeza.
En Un sueño de Bernardo Reyes, Solares nos sitúa sin una exhaustiva recreación ambiental a finales del siglo XIX y comienza a narrar con premura, casi telegráficamente; como si el protagonista pudiera morírsele antes de que él concluya lo que quiere decir. ¿Qué tanto distamos de ese México decimonónico afrancesado y gobernado con mano dura? ¿Qué tanto se gana con plantearse un “si hubiera” a más de cien años de las consecuencias de tan singular momento histórico? Pareciera que estamos a salvo de ese México de barbarie, cuyo dictador –enfermo de poder– no soltó la silla presidencial sino hasta el último momento. Sin embargo, en la siguiente reflexión se tienden los primeros paralelismos:
(...) Mucho me temo que los principios de la
democracia no han sido planteados con profundidad en nuestro pueblo. Pero la
nación ha crecido y ama la libertad. Nuestra mayor dificultad la ha constituido
el hecho de que la gente no se preocupa lo bastante acerca de los asuntos
públicos, como para formar una democracia. El mexicano, por regla general,
piensa mucho en sus propios derechos y está siempre dispuesto a asegurarlos.
Pero no piensa mucho en los derechos de los demás. Piensa en sus propios
privilegios, y no en sus deberes. (Un sueño, p. 92)
Esta
cita no proviene ni de Madero ni de Felipe Ángeles o Pino Suárez. Tampoco fue
profesada por algún periodista o intelectual de la época. Lo anterior fue
afirmado por Porfirio Díaz, en la entrevista que dirigió James Creelman para un
periódico norteamericano en 1908. Solares, ateniéndose a hechos históricos,
fechas, nombres o bien, documentos, critica sutilmente la extraña e
incomprensible manera de hacer política hasta hoy en este país. No es gratuito
que para presentar su libro, se haya referido al tenso momento que se vivió en
las elecciones presidenciales de 2000, cuando la salida del PRI era inminente y
sólo un cambio de gobierno podía evitar un levantamiento bélico.
Solares, en una arriesgada estrategia narrativa, mata ya en las primeras páginas a su protagonista, Bernardo Reyes. Mientras su cuerpo es atravesado por proyectiles y sirve a la vez como escudo para su hijo, Reyes se derrumba desangrado y comienza a morir; no sin antes soñar una última vez.
Antes de develarnos este sueño, Solares nos cuenta quién era este hombre, cuyo único defecto era, quizás, tener una lealtad desmedida por Porfirio Díaz. Para hacer mayor la paradoja del personaje, enumera en un apabullante listado los méritos más loables de Reyes: “puso especial empeño en el crecimiento económico (...), una de sus primeras medidas fue la exención de impuestos, (...) durante su gobierno consiguió, por ejemplo, que la vacuna contra la viruela fuera obligatoria, (...) su policía alcanzó fama de ser la más eficaz del país (...), el estado vivía en una paz de la que nunca había gozado, (...) en el orden educacional, se abrieron nuevas escuelas y se mejoraron las ya existentes. (...) algo insólito en nuestro país, el establecimiento de la Escuela Normal para Mujeres” (Un sueño, pp. 72-74).
Bernardo Reyes tuvo una carrera militar brillante y una vida política aún mejor. Su popularidad no sólo hizo llamar la atención de Porfirio Díaz, sino que a la vez y a su pesar, convenció a la gente de que debía ser él y no Díaz quien tomara las riendas del país. Nada le obstaculizaba hacerlo: Victoriano Huerta le había propuesto dar un cuartelazo y apoyarlo como sucesor de Díaz; la mayoría de los políticos también se inclinaban por él y la gente estaba de su lado, ansiosa de ver un cambio. Aún más, la figura de Madero era por demás desconocida. Reyes tenía el camino libre completamente. ¿Por qué no hizo este hombre lo que tenía que hacer? Destronar a Porfirio Díaz y gobernar como lo había hecho con Nuevo León.
Solares, en una arriesgada estrategia narrativa, mata ya en las primeras páginas a su protagonista, Bernardo Reyes. Mientras su cuerpo es atravesado por proyectiles y sirve a la vez como escudo para su hijo, Reyes se derrumba desangrado y comienza a morir; no sin antes soñar una última vez.
Antes de develarnos este sueño, Solares nos cuenta quién era este hombre, cuyo único defecto era, quizás, tener una lealtad desmedida por Porfirio Díaz. Para hacer mayor la paradoja del personaje, enumera en un apabullante listado los méritos más loables de Reyes: “puso especial empeño en el crecimiento económico (...), una de sus primeras medidas fue la exención de impuestos, (...) durante su gobierno consiguió, por ejemplo, que la vacuna contra la viruela fuera obligatoria, (...) su policía alcanzó fama de ser la más eficaz del país (...), el estado vivía en una paz de la que nunca había gozado, (...) en el orden educacional, se abrieron nuevas escuelas y se mejoraron las ya existentes. (...) algo insólito en nuestro país, el establecimiento de la Escuela Normal para Mujeres” (Un sueño, pp. 72-74).
Bernardo Reyes tuvo una carrera militar brillante y una vida política aún mejor. Su popularidad no sólo hizo llamar la atención de Porfirio Díaz, sino que a la vez y a su pesar, convenció a la gente de que debía ser él y no Díaz quien tomara las riendas del país. Nada le obstaculizaba hacerlo: Victoriano Huerta le había propuesto dar un cuartelazo y apoyarlo como sucesor de Díaz; la mayoría de los políticos también se inclinaban por él y la gente estaba de su lado, ansiosa de ver un cambio. Aún más, la figura de Madero era por demás desconocida. Reyes tenía el camino libre completamente. ¿Por qué no hizo este hombre lo que tenía que hacer? Destronar a Porfirio Díaz y gobernar como lo había hecho con Nuevo León.
Mientras más avanza uno con la lectura, más difícil se convierte creer que Reyes se haya dejado mover sin la menor queja tal y como lo quería el dictador. Después de la entrevista con Creelman, el ambiente político se torna muy inestable y adverso a Díaz, por lo que él reacciona exiliando a sus potenciales enemigos. Sin el menor cuestionamiento, Reyes acata la sugerencia de Díaz y sale del país a investigar cuestiones de la milicia. Tiempo después, cuando Madero era el protagonista de la escena, Reyes reaparece todavía intentando preservar los preceptos porfiristas. Ya es muy tarde. Para él. Para el porfiriato. Para el país.
Es aquí, donde el hasta entonces muy discreto autor, saca su pluma afilada y se venga de la pusilanimidad de Reyes, su antihéroe. Si bien, su lealtad al dictador fue inquebrantable, pero su patriotismo y su experiencia política fueron inútiles en un momento decisivo para el país. Reyes se muere, pero no descansa en paz porque ya vislumbra los desastres revolucionarios que vienen. Solares, en venganza y advertencia para actores políticos semejantes, condena magistralmente el sueño eterno de Reyes:
–Yo lo pude haber evitado. Sólo yo pude haberlo
evitado si he tomado las decisiones adecuadas a tiempo –se dice Reyes, ya ahí,
abrazado, ya cadáver, al cuerpo de su hijo.
Y como si rezara:
–Perdóname, Señor.
Pero sabe, algo en él lo sabe, que no conseguirá
desprenderse de ese cuerpo y de esas visiones mientras no termine de ver lo que
apenas empieza a ver, a entrever. (Un sueño, p. 121)
(1) Me
gustaría hacer una brevísima digresión. Ya que se están tratando temas
históricos, falta por supuesto una buena comedia sobre esa curiosa
pseudoenfermedad endémica de la vida política mexicana, a saber, la reelección.
Si bien, han sido publicados diversos textos, incluso aquellos que remueven sin
piedad la vida sexual e incluso la preferencia sexual de héroes revolucionarios,
faltan empero textos narrativos que versen sobre estos “males” que parecen
acaecer funestamente solo sobre los mexicanos. Es todavía objeto de ardiente
discusión el terrible y malévolo fantasma de la reelección; como si ésta fuera per se una ponzoña incontrolable que no
se quisiera tener nunca más en el país; curiosamente esta reacción quasi
alérgica o repugnante no nos la provocan otros gobiernos como los Estados
Unidos, Brasil, Alemania o Argentina. Allá, para aquellos lugares sucede que sí
nos surge un mínimo de tolerancia.
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