Imagina que soy un decadópodo,
imagíname tostado, crustáceo y de vista
salada.
Imagina que me subo a tu espalda,
te cosquilleo con mis patas artrópodas
y ligeras hasta pellizcarte los hombros
sin llenártelos de arena.
Imagina que tú, dormida,
no te das cuenta de mis diez patas,
de mis cinco pares de patas,
de mi locomoción pianista.
Imagina que ya no persigo a la cigala
y te presumo soberbio mi caparazón
rojizo.
Ahora imagina que no ves mi ancla,
nadando se ha ido esta silla de ruedas
que nos separa
y ambos miramos las estelas
de mar que ha dejado.
Imagina ahora que me ves a mí.
(A mí)
y
te vas olvidando poco a poco de mi caparazón
metálico.
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