Sonreía tanto,
sonreía a todos sin distinguir.
Sonreía al empujar
el carrito de supermercado.
Sonreía al llenarlo
y conducirlo por todas partes.
Sonreía sobre todo
cuando tomaba botellas de cerveza clara.
Sonreía con rostro de niño
a pesar de que fuera un anciano.
Sonreía y un vozarrón grave
a veces denunciaba su edad.
Ese hombre sonreía siempre,
en cualquier lugar.
Un día sonrió tanto
que nos contagió el día
de alegría
incluso a aquellos
que no lo querían ver.
Aquel día llevaba
su carrito de compras
atiborrado de cervezas.
Sí que le valdría un buen dinero
el canje de botellas.
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