martes, 23 de agosto de 2016

Mrs Caldwell habla con su hijo (1953) | Camilo José Cela



“Las gruesas, las tremendas, las monstruosas señoras de la piscina, todas madres, llevaban ya cinco días nadando sobre el ahogado. Tú fuiste quien me lo dijo.” (p. 59)

Camilo José Cela (1916-2002)
Escritor, periodista, académico de la Real Academia Española. Fue galardonado con el premio Nobel (1989), el Cervantes (1995), el Príncipe Asturias (1987) entre otros. Su nombre seguramente aparecerá entre conversas, como recomendación, en las librerías, en una biblioteca, a través de una cita. Así que uno terminará por uno u otro camino a leer alguna de sus más de setenta obras. Entre las más alabadas se encuentran “La familia de Pascual Duarte” (1942), su primera novela y para muchos la mejor y también La Colmena (1951). Ambas pasaron por procesos de censura.
No pienso extenderme en el autor primero porque existe una cantidad exhaustiva de artículos, reseñas y demás. Así pues, sólo anexo un comentario de mi lectura.


Mrs Caldwell habla con su hijo (1953)

“Siempre fue de buen tono, hijo mío, quitarse la vida con veronal. [...] Lo que ya no es correcto, hijo mío, es escribir cartas de despedida.” (p. 75)

Mrs. Caldwell es una obra que es calificada como la novela más experimental del Nobel. Se alaba el ritmo, el estilo, el paisaje e incluso la estructura en capítulos (cartas de una madre a su hijo muerto) de la misma. Esto ya nos debe de dar un buen marco de lo que nos espera.
Sin ganas de estropearle la lectura a alguien resumo el contenido: La sra. Caldwell perdió a su hijo con el que se sugiere que tuvo una relación incestuosa. Le escribe cartas a Eliacim, su hijo muerto y a través de estas misivas vamos conociendo tanto al hijo como a la madre. Con el tiempo terminamos por conocer a personajes circundantes para madre e hijo con raros pero precisos retratos. Del esposo hace una instantánea sencillamente brutal: “Tu pobre padre (Q.D.h.) prefirió, hijo mío, una postura de gata parida. Daba risa verlo. Algunos amigos tuvieron que ayudarme a desdoblarlo para poderlo meter en la caja” (p. 79). De estas cartas se dice además, al principio y al final de la novela que fueron entregadas al autor y es este quien cuenta un poco sobre Mrs. Caldwell. Más no hay. Eso es lo que sostiene a la novela; no hay pues un secreto que descubrir. Si alguien tenía la esperanza de que la lectura lo atrapara por contenido, este definitivamente no es lo que busca. Aquí el interés puede ser cualquier cosa que en ese momento llame la atención de la mujer.

“El mar es una palabra que me causa náuseas, algo de lo que no puedo hablar con serenidad. El mar es una joven bella e insoportable a quien las cosas le han ido demasiado bien en esta vida.” (p.76)

                Lo que sí ofrece el libro es un personaje femenino con muchísimos prejuicios, manías, miedos. Un personaje que podríamos encontrarlo en el vecino que nos sonríe y nos saluda pero que nosotros bien sabemos que habla a nuestras espaldas o al que le hemos escuchado frases despectivas sobre otras personas. 

“Las nubes, Eliacim, se forman con las almas de quienes mueren en la horca y con las almas, también, de los niños que pecan antes de tiempo. Por eso, en los países del sol, suceden, a veces, cosas inexplicables, misteriosas y agudísimas cosas inexplicables.” (p.109)

                El libro ofrece frases elásticas, rítmicas, poéticas. Así que para aligerar la lectura, tal vez uno debería dejar de esperar leer “una novela” sino más bien prepararse para disfrutar un poema. Así me fue más fácil avanzar.
Muchísimas ideas y escenas me parecen bien logradas: vemos instantáneas cargadas de clichés, vemos a la vez a una mujer que puede alegrarse tanto con un recuerdo o con la vista al mar. Y a la vez disfrutamos personajes que con un par de trazos, un par de párrafos se quedan en la memoria: como la chica que sabe que se va a morir pronto y deja todo arreglado; o el sastre sensible que por todo llora, llora por la caridad de sus clientes y llora por la deficiencia de su trabajo.

“-Sí, señora, yo me voy a morir pasado mañana. Yo ya no tengo casi fuerzas. Las pocas fuerzas que me quedan no creo que puedan durarme más de dos días.
[...] A los dos días como había calculado, se murió.” (p. 168)

En Mrs. Caldwell Cela se toma el tiempo de observar todo y a todos. Escoge una persona o un objeto, tal vez un día y en cada capítulo nos dice: Esta es la historia de una mujer loca que nos cuenta de su cotidianidad. Ese elemento cotidiano puede ser solo un detalle y caer en lo insulso pero en esa deconstrucción que va a ningún lado nos hace reabrir los ojos para ver lo fácil que es romper lo común para hacerlo observable. 

“Está muy extendida la común creencia de pensar que todos los lunes son lunes. Sería más hermoso que parte de la humanidad defendiese firmemente que algunos lunes son jueves” (p.83)

Lo que sí, la forma y el ritmo a veces son tan marcados que uno siente que lee una y otra vez el mismo capítulo. Lo aconsejable es no leer el libro de tajo. No vale la pena. Se vuelve predecible. Mejor disfrutarlo a cuentagotas. Dejarlo por allí, regresar los capítulos. Releer pasajes. Avanzar varios una tarde. Cambiar el ritmo, recomenzar. Entonces sí que se puede volver entrañable.
Ciertamente el paso del tiempo sí se deja sentir a través de detalles en las cartas; así como ese odio-amor de la madre por su hijo. Un amor que ella ni siquiera en las cartas se atreve a nombrar pero que se siente en el celo, en el enojo, en la burla que emplea cuando se refiere a su hijo con otras mujeres.

“-¿Me amarás siempre, Rose?
-Te amaré siempre, Patrick.
-¿Aunque me suspendan por no saber hallar las coordenadas azimutales de Bellatrix?
-Aunque te suspendan por no saber hallar las coordenadas azimutales de Bellatrix.
-¡Qué buena eres, Rose!
Respiró Rose con valentía.
(-¡No grites tanto!)
Rose suspiró con delicadeza; no es que sea buena, ¡es que te amo!
[...] Encorvado, flaco y tosedor, Eliacim, el estudiante de astronomía paseaba y paseaba, para arriba y para abajo, con su novia sentada en un hombro, bajo las inmediatas constelaciones, como no debe costarte ningún trabajo creerme” (p. 212)

                Y a veces uno siente que la madre sabe que la estamos leyendo y que este “autor” que recibió las cartas simplemente ha sido un medio. Se muere Mrs. Caldwell pero no quiere irse sin dejar huella. Quiere que la miremos, nos está escribiendo a nosotros que seguimos cómplices ese dolor por el hijo perdido, por el amante perdido.

“Todo es muy simple, Eliacim, de una simplicidad que sobrecoge. Una mujer, nace, crece, se casa, engaña a su marido, se ocupa aparentemente del hogar, pierde a su hijo, hace obras de caridad, se aburre y muere. Y así una vez, y otra vez más, y otra vez más, hijo mío.
                Todo es tan simple, Eliacim, todo viene a resultar, al final, tan simple, que a veces pienso que sólo los grandes asesinos merecen ser acreedores a la inmensa paz que suele anidarles en la mirada, en esa feliz mirada que no creyó en la sencillez de las cosas, hijo mío, en la torpe sencillez del adulterio, en la cotidiana sencillez de la usura, en la diáfana sencillez de la bestialidad” (p.213-214)

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