miércoles, 25 de noviembre de 2020

“El primero que me traiga un calcetín” o de cómo la risa siempre cura todos los males

En México, durante la niñez, aunque no tenemos ritos de iniciación para probar nuestro valor, si tenemos un par de pruebas inoficiales. ¿Quién no se acuerda de cómo los adultos lo miraron diferente cuando por fin tomó del guisado que sí pica? ¿O de cuando lo dejaron de ver como un niño pequeño y empezaron a atarle los ojos para pegarle a la piñata porque ya era grande?

                Existe, además, un evento que año con año traumatiza a generaciones de niños en fiestas infantiles, o, por el contrario, les constata que efectivamente están hechos a prueba de balas: participar en el show de payasos y sobrevivir en el intento superando vejaciones, entendiendo bromas en doble sentido y descubriendo a tiempo trucos que nos quitarán los calzoncillos o nos harán caer en el ridículo.

                Hace años que no voy a una fiesta infantil en México y cada vez menos escucho en mi familia que alguien se preocupe de buscar un buen payaso o espectáculo de magia. Yo recuerdo que odiaba que me hicieran pasar al frente. Por alguna extraña razón se me ponían las rodillas blandengues y la lengua me se trababa... eh... quiero decir se me trababa. Y a pesar del miedo, cómo me reía con ellos. Gracias a estos espectáculos aprendí mis primeros chistes, mis primeras reacciones para desarmar al otro con algún comentario fuera de lugar.

Algunos payasos cantaban, otros hacían acompañar su show con efectos de sonido y ruidos de petardos, fanfarrias o flatulencias. Hacían pasar al festejado, a los padres; incluso el tío amargado que nunca sonreía se divertía por fin.

El pasado fin de semana tuve la oportunidad de compartir el espectáculo del payaso Duende Canica en una fiesta infantil realizada por zoom. Desde la comodidad del sofá, el festejado, mis tíos, mis primos, sobrinos y hermanos veíamos embelesados como algunos chiquitines (que tenían activas sus cámaras) miraban boquiabiertos los trucos del payaso o reían a carcajada suelta.

Duende Canica nos hizo creer durante buenos cincuenta minutos que estábamos todos en el mismo lugar. Me hizo llamar como loca a mi perro para mostrarlo por la cámara y quizás así darle un punto al equipo de las mujeres. Me hizo quitarme un calcetín y mostrarlo en una videofiesta a conocidos y desconocidos. Hizo que los niños gritaran “¡Yo!” mientras saltaban de su asiento. Y todo eso a pesar de que él ni siquiera podía escuchar aplausos o gritos para no causar un caos en el zoom, sólo él activó su micrófono.

¿Cómo es posible transmitir tanta risa y buen humor en estos días donde las noticias nos machacan los nervios? Con ingenio, creatividad y amor por la profesión que se ha escogido. A veces pienso que justo esa capacidad de reinventarse es lo más preciado que tenemos los mexicanos, esa mentalidad de “Canta y no llores”, de burlarse de la mala suerte, de consolarse a sí mismo, de reírse... porque al fin y al cabo, ninguno de nosotros va a salir vivo de aquí, entonces para qué sufrir.

No hay nada más encomiable que divertir a los demás en este tiempo. Gracias inmensas a todos los artistas que siguen reinventándose y haciéndonos sonreír. Al payaso, al mago, al mimo, al músico, al bailarín. Gracias por no doblar los brazos.

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