lunes, 13 de septiembre de 2021

Páradais | Fernanda Melchor

Páradais

 


Intento de disculpa

No hay plazo que no se cumpla, ni mexicana que no lo valga. Realmente estoy agradecida por las recomendaciones que me llegaron para, por fin, leerme a Melchor. Y aunque en el círculo de amigos posiblemente soy la última que la lee, mejor así que seguir en la lista de los que todavía no la conocen.

Escribir una reseña sobre una autora contemporánea, que ha ganado montón de premios, que vive en Berlín –ciudad donde también resido yo– y que justo mañana presentará su libro en el festival internacional de literatura berlinés no me hace muy fácil ordenar las ideas. Posiblemente en el siguiente libro que tengo de ella, “Temporada de huracanes” podré explicar y tener mejor ojo al describir su trabajo.

Por desgracia aún estoy muy cerca de mi primera impresión de lectura, tengo la algarabía y el golpeteo de frases muy presente y ser más o menos objetiva no me va a salir. (En realidad nunca me sale)

 

La novela

Trata de Franco y Polo, dos adolescentes de diferentes clases sociales, el primero enamorado enfermizamente de Marián, la vecina y el segundo en una situación que prefiero no detallar tanto para no quitar el sabor a la novela.

Para mí Páradais es una novela policial de armario con sagacidad de cuento y elegancia de novela. El narrador es maravilloso, permite entrar y salir de los personajes, hacer unos giros espaciales tremendos y volar en el tiempo con ligereza y rapidez.

Hacer spoiler en este tipo de textos es casi imposible. Como diría Mario Bellatín sobre este tipo de apuestas narrativas: “aquí ya todo se dio en la primera frase”, o bien, en el primer párrafo. Y quien sabe leer entiende desde el principio que no hay sorpresa, no hay enigma:

“Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo nada más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba. Estaba completamente loco por aquella mujer, a Polo le constaba que hacía semanas que el bato ya no hablaba de otra cosa que no fuera cogérsela, hacerla suya a como diera lugar”

Tampoco va del cómo, sino se trata más bien de explicar a los actantes –Franco y Polo– e intentar explicar por qué hicieron lo que hicieron. En ese sentido vuelvo a lo que afirmé antes, se trata de una novela policial de armario y es de clóset porque “policial” es un adjetivo que espanta a los lectores que leen Literatura (con l mayúscula) y eso no les gusta a las editoriales.

Al intentar seguir este esquema, es necesario preguntarse entonces quién es Polo, el primer personaje que aparece, cómo es su familia, a quién admira, a quién aborrece, con qué sueña y –disculpad mi francés– en qué puto mundo le tocó vivir (eso pasa por leer a Melchor de golpe). Vemos el mundo casi siempre a partir de sus ojos, y él ve una clase acomodada, carente de cualidades positivas. A partir de Polo vemos una sociedad mexicana cortada dicotómicamente y que por desgracia resuena como nunca con la situación actual que se refleja en las redes sociales: los chairos contra los fifís. Dos mundos contrarios que no se quieren pero que necesitan del otro para su existencia. Así pues, vemos un Polo que termina trabajando como ayudante en el residencial Paradise –que le han dicho se pronuncia páradais– y que a pesar de la repulsión que siente, es obligado por su misma madre a firmar un contrato que ni siquiera conoce:

“fírmalo primero y luego lo lees, qué ganas de hacerle perder el tiempo al licenciado. Y a Polo no le quedó de otra más que firmar la chingadera aquella, con la sospecha de que le había vendido su alma al maligno, una sensación que se acrecentó cuando vio lo contenta que se puso su madre al verlo convertido en el lacayo de aquella bola de miserables presumidos”

¿Qué tipo de madre no vela por los intereses de sus hijos? Una que sabe cómo es el mundo y preferirá que su vástago termine de lacayo mal pagado a que lo llame a sus filas el narco. Justamente este tipo de detalles es lo que hace extraordinaria la novela –desde mi perspectiva mexicana, por supuesto. Sin embargo, Polo es incapaz de verlo así, para él, la insistencia en que trabaje se debe más bien a que su prima ha quedado embarazada y pronto será necesario alimentar más bocas. A Polo se le acaba el aire, entre sus pocas escapatorias están las tardes o noches que comparte con Franco y se emborracha hasta perder la memoria. Durante el día, de camino al trabajo, se va dando cuenta de ello, pero no sabe cómo salir de su encierro:

“¿Y cómo chingados escaparía? Tampoco se le ocurría nada. No tenía nada, no poseía nada para sí mismo. Hasta el dinero de su sueldo se lo quedaba su madre, íntegro; así lo había decidido ella”.

Él se siente entonces traicionado por la familia y alejado de las únicas personas que admiraba, su abuelo que perdió sus facultades mentales y posteriormente fallece. Y su primo Milton que fue secuestrado. En una mezcla de enojo y tristeza se lamenta de la situación del primero:

“Si tan sólo el hijo de su puta madre traicionero de su abuelo hubiera cumplido su promesa de enseñarlo a construir un bote de madera, una lanchita sencilla pero cumplidora a la que luego hubiera podido adaptarle un motor modesto para no tener que depender de la fuerza de sus brazos o de los caprichos de la corriente, un sueño que su abuelo había olvidado al hacerse cada vez más anciano, y que la madre de Polo se encargó de volver imposible cuando la muy culera decidió vender las herramientas del viejo, aprovechando que ésta ya se encontraba postrado en la cama, totalmente perdido en sus alucines, llorando aterrado, sin reconocer a nadie, sin entender por qué lo tenían amarrado con vendas”

Con nadie puede hablar, ni siquiera con Milton, que, cuando por fin se comunica y le explica que ahora trabaja para el crimen organizado, este parece ya no entenderlo más:

“No caigas en la tentación, lo regañó esa noche, no te dejes llevar por la ambición, una vez que entras en este pedo ya no puedes salirte nunca […] las ganas que tenía de abrir la puerta y largarse a la chingada de ahí para dejar de oír las barrabasadas que balbuceaba el pinche hipócrita de Milton: ¡Que no había y nada como el trabajo honrado, decía, mientras se paseaba en aquel camionetón de lujo, con tres teléfonos nuevos al cinto y la cartera llena de billetes de a quinientos que polo había visto cuando el bato pagó los tacos y las chelas!”
  

Descubrimos como lectores que el infierno de Polo está lejos de terminarse. ¿Hay alguna escapatoria del trabajo, su pobreza e incluso su familia? Su escapatoria es Franco, quien le propone por fin salir del mundo de los sueños para entrar en el mundo de la acción. ¿Quiere Polo riquezas? Que las tome, él por su parte tomará lo que anhela.

Justo aquí, cuando empiezan a planear su fechoría se rompe el ritmo de la novela, a veces deja de hablar el narrador y se entromete la autora (sí, es mí interpretación: lapidarme si es necesario), ¿realmente Polo no tiene otra salida? ¿Realmente cometerá el personaje aquello que le pide su naturaleza? Léase esta frase con especial atención:

“Pero en ningún momento, en ningún instante, les diría, jamás de los jamases le pasó por la cabeza la imagen de sí mismo haciéndole daño a los Maroño”

Fuerte. El hervidero de rencor, dolor, pobreza, pérdida, desamor que ha ido creciendo en Polo por fin se desparrama. ¿Y ahora qué? Fernanda Melchor dejó crecer a su personaje como tenía que desenvolverse. Tal vez algo en algún momento la traicionó y cambió una pieza del juego que armó y la lleva a hacer pasar su personaje por un simbólico momento de ablución, donde éste se da cuenta por fin de lo que de verdad quiere. Así pues, puede abandonar entonces su casa, su trabajo, todo lo que conoce, pero la autora lo frena y le da una -última- oportunidad antes de cerrar la historia: hacerse cargo de su libertad.

 


Digresión: mujeres

La novela es tan compacta que me sabe mal contar ya algunos detalles. Pero dejo tarea en esta reseña improvisada: Ponga usted atención a cómo Polo describe a su madre, su prima Zorayda (y lo que pasa con ella), Marián y la chica que también ayuda en el complejo residencial. Lo interesante es que con ninguna de ellas Polo tiene un mínimo de empatía o rasgo de amor. En este sentido me parece que la visión que crea Melchor es por desgracia muy cercana a la forma de ver a las mujeres en México. (Sí, en pleno siglo XXI)

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