III
El plagio
Volviendo al dilema de Tengo, sabemos que las dos
virtudes mínimas se bifurcan en la adolescente (el qué) y en el editor (el
cómo). No obstante, existe todavía un impedimento, el joven nipón sabe
perfectamente que si se descubre la trampa, él tendrá para siempre las puertas
vedadas como autor porque su fama de impostor superará su talento. Tengo
continúa con su labor a pesar de que conoce las consecuencias porque considera
que la novela que corrige debe ver la luz definitivamente. Pero, en caso de que
alguien descubra la mentira, ¿quién irá tras un hombre que sólo “pule” una
novela? Y peor aún, ¿quién irá a la caza de una adolescente que se jacta de
haber concebido tal obra a tan corta edad?
¿De
dónde proviene esta voluntad de perseguir a los insidiosos, a los charlatanes
que se han engalanado por poner como suyas palabras de otros? Sale quizás de
unas ganas intrínsecas de castigar al plagiario, al copista, al imitador y
desenmascararlo porque nos ha vendido algo como propio, porque nos ha timado.
Persígase pues al impostor, al embustero. Cacemos cual aves de rapiña al
plagiario. Bajo nuestra mira ya desfila Arturo Pérez Reverte, que tuvo que
pagar indemnización por el guion cinematográfico Gitano. Y no perdamos de vista el objetivo ni nos dejemos
deslumbrar por nombres ilustres incluso de premios nobel. Saramago es el
siguiente en pasar al banco de los acusados. Pase pues y que sean los biógrafos
quienes expliquen si un rumor es suficiente para desacreditar al luso y
concederle la razón a Teófilo Huerta Moreno, quien afirma que Saramago se
inspiró en ¡Últimas noticias! para
escribir Intermitências da morte.
Pues
sí, pobre de aquel que plagie, robe o tome líneas sin citar su fuente porque
sobre él caerá el repudio social, los protectores de derechos de autor así como
–y ésta sí que será fulminante– la justicia divina que puede ser tarda, pero
finalmente llega.
Protejamos al vetusto
Quijote de vejaciones y depuraciones intertextuales o peor aún, de
actualizaciones impertinentes y anacrónicas. Porque justamente eso no lo
hubiera querido el padre de la novela[1],
¿no es así? Velemos por el patrimonio de la familia Neruda, Fuentes o Paz,
porque de ellos es el fruto del trabajo –sudado– de sus esposos, padres o
abuelos. Así lo hubieran querido ellos, ¿o no?
Defendamos sus obras porque
estos autores inventaron mundos ficticios que alimentan a personajes casi
reales y es a través de sus textos que explican cuestiones morales, culturales
o políticosociales. De ellos provienen reflexiones que hacen mella en las
faltas de sus sociedades así como en la mezquindad de sus contextos. De ellos y
de nadie más es el mérito porque fueron los artífices que originaron
conglomerados verbales, armatostes poéticos o pesados e inextricables muros
ensayísticos cuya resistencia resulta superior al concreto. De ellos es el
mérito cuando a su trabajo le acompañen las virtudes arriba mencionadas, son
éstas las que nos permiten discernir entre la copia y el robo –reutilizando las
palabras de Picasso. Además porque ellos –incluso si emplearon centenares de
fuentes o citas– no tomaron fragmentos enteros de otros autores para
desarrollar sus mundos.
En 2010 Helene Hegemann tomó
el pelo a críticos de prestigio y en un principio a su propia casa editorial,
Ullstein. Su novela Axolotl Roadkill[2] es
una sarta de fragmentos de otras obras, un guion cinematográfico e incluso un
blog. No citó sus referencias e incluso negó tenerlas; no tardaron en aparecer
las primeras reseñas, las unas alababan la experimentalidad de la obra, las
otras criticaban la falta de propuesta estética e incluso la tildaban de ilegible.
Pronto aparecieron también las primeras acusaciones de plagio. Y para acabar el
escándalo, la novela fue nominada para recibir un reconocimiento de la Feria
del libro de Leipzig.
¿De qué acusan a Helene
Hegemann realmente? ¿De que no puso sobreaviso a los críticos? ¿De que expertos
no se dieron cuenta de las citas? Ella armó una trama (virtud uno) y pensó en
el cómo (dos), ¿qué más se necesita para defender al autor? Sí, sinceridad a
través de las notas al pie, tal vez dirán los unos, originalidad dirán los
otros. Para terminar al final mordiéndonos la cola con el tema. La editorial
defendió hasta con los dientes a su autora, o mejor dicho, a su producto. La
publicidad constante y segura del escándalo había llevado felizmente a la
reimpresión de la novela –o del plagio según el lado del que se esté. El libro
terminó por incluir un exhaustivo listado de referencias en sus reimpresiones y
la editorial indemnizó a aquellos autores de los cuales se citó más que algunas
frases, sino fragmentos enteros. Concluyendo, el plagio fue sobretodo un
problema económico, porque las palabras también son mercancía como bien lo dejó
ver la casa editorial Ullstein[3].
Resumiendo: el copy&paste se
perdona en el mercado literario (al fin y al cabo los lectores siguen buscando
la obra), pero no en el académico: el nombre de la autora es un insulto en los
facultades de letras germanas.
Pregunta
inocente: si alguna persona cualquiera, sin talento artístico alguno intentara
escribir una novela con retazos de lo que encuentra en Internet, ¿lo
conseguiría?
¿No será que sin querer hemos vuelto al principio de este texto? ¿No será que lo correcto ya no es el
plagio, sino aceptar que, y bajo las adecuadas contemplaciones debido a la época actual, las fuentes de información, la velocidad de producción y la facilidad de acceder a estas montañas de información nos regresan en este caso de Axolotl Roadkill a una época de transmisión “oral” en la literatura? Ésta es una época donde uno lee, guarda, modifica, reenvía y reinicia la cadena, propiciando así una nueva era en las Letras donde, tomando ejemplo de la Edad Media, deberíamos regresar a renunciar en estos casos al autor porque ya es evidente que uno no se puede aferrar a este elemento. Tal vez aquí el proceso de creación y pastiche haga incompatible e incluso obsoleta la figura del autor único. Al fin y al cabo, con el tiempo lo que importa, es la obra.[4]
¿No será que sin querer hemos vuelto al principio de este texto? ¿No será que lo correcto ya no es el
plagio, sino aceptar que, y bajo las adecuadas contemplaciones debido a la época actual, las fuentes de información, la velocidad de producción y la facilidad de acceder a estas montañas de información nos regresan en este caso de Axolotl Roadkill a una época de transmisión “oral” en la literatura? Ésta es una época donde uno lee, guarda, modifica, reenvía y reinicia la cadena, propiciando así una nueva era en las Letras donde, tomando ejemplo de la Edad Media, deberíamos regresar a renunciar en estos casos al autor porque ya es evidente que uno no se puede aferrar a este elemento. Tal vez aquí el proceso de creación y pastiche haga incompatible e incluso obsoleta la figura del autor único. Al fin y al cabo, con el tiempo lo que importa, es la obra.[4]
[1] Sea preciso hacer notar aquí que
Cervantes recicló modelos grecorromanos para sus obras.
[2] Novela que trata sobre una
adolescente sumida en una profunda crisis existencial, la cual intenta
sobrellevar con excesos.
[3] Un buen contraejemplo nos lo brinda
el político alemán Theodor von Guttenberg –le siguieron en efecto dominó otros
tantos colegas–, quien perdió su cargo, porque se demostró que su tesis
doctoral tenía muchos casos de plagio. Aquí pues, el impacto del plagio reside
en el origen mismo de la persona: Ningún político que “copie” para obtener un
doctorado es capaz de desempeñar un cargo. Actualmente von Guttenberg reside en
los Estados Unidos donde imparte clases a nivel universitario.
[4] Para variar –y cediéndole
nuevamente la razón a Terencio–, no hay nada nuevo bajo el sol. Me avisa un
colega que accedió a revisar mi texto, que ya Roland Barthes pregonaba la
muerte del autor mientras mis padres apenas se estaban conociendo.
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