lunes, 7 de julio de 2014

Truman Capote | Desayuno en Tiffany´s

Truman Capote (1924-1984)

Truman Capote es de aquellos autores que no necesitan presentación. Habría que empezar por mencionar que es autor de In cold blood, obra que inaugura la hard novel policiaca y que le llevó cerca de seis años de trabajo. Pero vayámonos hacia atrás, con 23 añitos presenta su primera novela Other Voices, other rooms, la cual es celebrada por la crítica.

Me niego a reproducir aquí una biografía que se puede encontrar en varias lenguas y resumo simplemente hechos de su vida: al igual que García Márquez, mucho de su estilo se lo debe al periodismo. Tuvo una crisis existencial por los 45 que lo llevó a irse de gira con los Rolling Stones. Se volvió alcohólico y adicto a estupefacientes. Tuvo un periodo oscuro e infértil de ocho años de duración –con el cual a mis ojos luce mucho más humano. Retoma su prosa en 1975 con confesiones sobre sus amigos de la alta sociedad, lo cual, por supuesto habría de traerle problemas y rupturas.

Nuevamente cae en una onda destructiva –¡qué raro es escribir esto!–, quiero decir, nuevamente entra en crisis. O quién sabe, tal vez terminó por buscar otras vías para reencontrar inspiración o la escritura no le daba ya asilo. El problema es que comenzaron las alucinaciones, las visitas a los psiquiátricos hasta que en 1984 muere por sobredosis de tabletas.

Pero ahí no acaba la historia, en 2004 se encuentra un manuscrito suyo que contenía su –verdadera– primera novela, una obra que escribiría por ahí de los diecinueve años. Y recordemos claro, que una película sobre su vida sale un año después, Capote (de Benneth Miller), que le daría en 2006 el Oscar a mejor actor a Philip Seymour.

 

Holly Golightly, oh, qué señorita | Desayuno en Tiffany´s

Los hombres no saben hablar de casi nada. A los que no les gusta el baseball, les gustan los caballos, y si no les gusta ninguna de las dos cosas, bueno, seguro que de todos modos me he metido en un lío: tampoco les gustan las chicas.

¿Quién es esta señorita que parece de Kansas, entremezcla galicismos en sus charlas y en su inocencia nos parece tan pragmática y en su madurez tan cínica?

Desayuno en Tiffany´s (1958) es una novela brevísima de esas que de verdad ganas de leer de una sentada (se filmó asimismo la película homónima en 1961 con Audrey Hepburn). Extremadamente ágil en el ritmo, con varias anécdotas donde uno no sabe bien adónde llevará el viaje. El narrador, un joven que quiere volverse escritor, contará sobre una peculiar vecina, que sin querer lo pone en contacto con figuras de la alta sociedad o con poder, sean ellos nazistas, gánsteres, millonarios. Todos parecen estar unidos por la figura tan inasible de Holly Golightly, quien curiosamente se despidió de su sueño de ser actriz, está casada, visita a un gánster en la cárcel y se deja seducir no sólo por uno sino por varios galanes; hasta terminar comprometida con el ex novio de una de sus amigas.

Sabía muy bien que jamás llegaría a ser una estrella de cine. Es demasiado esfuerzo; y, si eres inteligente, da demasiada vergüenza. Me falta el suficiente grado de complejo de inferioridad: para ser una estrella de cine hay que ser, según dice la gente, tremendamente narcisista; de hecho, lo esencial es no serlo en absoluto.

Si han tenido ustedes una amiga, de aquellas que pisotean o maltratan a ciertos amigos, pero que es simpática de una manera inexplicable; que es necia e irreverente y que en su propio egocentrismo uno le tiene que rendir pleitesía, entonces sabrán con seguridad cómo es Holly. Y conocerán esa extraña adicción que causa. A mí me recordó la Holly Golightly de la infancia. ¿Qué hará ella ahora? ¿Me recordará?

Holly es la típica mujer que detestan aquéllas que faltas de belleza o autoestima, se encolerizan cuando ven un enjambre de hombres ser manipulado sin la mínima desfachatez por una mocosa, por una mujer cuyos medios sin abiertamente sus atributos físicos y los usa sin empacho.

No hay nada en el mundo que deteste tanto como los hombres que te dan mordiscos. –Se abrió un poco el albornoz gris para mostrarme las pruebas de lo que ocurre cuando un hombre da un mordisco. No llevaba más que el albornoz.

Holly es la mujer que sin sensiblerías nos dice en la cara lo que ninguno de nuestros amigos se atrevería a decir por temor a lastimarlos. Holly da en el clavo. Holly ve lo que quiere ver y lo demás lo ignora. Holly es la amiga cuando no se pide nada a cambio. Holly es el resultado de una sociedad que avanza sin perder tiempo, que está encantada por el lujo, la imagen y la máscara. Por todo ello nos embelesa de una manera que nos avergüenza aceptar porque sin querer terminamos enamorados de ella sin esperanzas de que el sentimiento sea mutuo.

La misma vanidad que me había conducido a exponerme de aquel modo, me obligó en ese momento a tacharla de petulante ser insensible, por completo desprovisto de inteligencia.

En Desayuno en Tiffany´s lo superfluo no sólo es estandarte de mujeres maquilladas ni de millonarios ociosos; incluso el hombre que le roba el corazón a Holly, un brasileño nos permite completar este crisol de apariencias y personajes esperpénticos. Él se encuentra sumido en un mundo caricaturesco y cayó en él pareciera que por inercia.

Es posible que, como la mayoría de la gente que se encuentra en un país extranjero fuese incapaz de situar a la gente, de elegir un marco adecuado para su retrato, cosa que en Brasil le hubiese resultado de lo más sencillo; es decir, tenía que enjuiciar a todos los norteamericanos bajo una luz prácticamente uniforme, y desde este punto de vista sus acompañantes debían de parecerle ejemplos soportables del color local, del carácter local.

¿Qué hace ser tan entrañable a este ser? A una mujer que usa, cambia y tira a hombres sin ton ni son. A una mujer joven que un buen día se le ocurre salir de casa y dejar así a su esposo junto con sus hijastros. Holly si bien no aparece en la novela como una mujer extremadamente humana, sino fuera por el episodio con el gato –mascota que ha adoptado– donde parece que el animal la ha traspasado y se ha anidado en su corazón. Ella no consigue perdonarse haberlo devuelto a la calle. Holly ciertamente es finita, egoísta e incluso insensible, pero tiene consecuencia en su persona. Eso es lo que la distingue de los demás personajes en la historia.

No me refiero a la honestidad en cuanto a las leyes (podría robar una tumba, hasta le arrancaría los ojos a un muerto si creyese que así me alegraría un día), sino a ser honesto con uno mismo. Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde, falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o puta: prefiero tener el cáncer que un corazón deshonesto. Y esto no significa que sea una beata. Soy simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces, de lo otro, siempre.

El joven narrador comienza a reflexionar sobre Holly a partir de una noticia después de su desaparecimiento. Es este recorrido el que le permite sincerarse y descubrir repentinamente que incluso él cayó enamorado de Holly.

la amé tanto como para olvidarme de mí mismo, de mis autocompasivas desesperaciones, y contentarme pensando que iba a ocurrir una cosa que a ella la hacía feliz.

Una casa de flores

Junto con Desayuno en Tiffany´s encontramos tres relatos más. Los tres valen la pena y son temáticamente muy diversos. Una joya en cuanto al lenguaje. Me resultan tres instantáneas nostálgicas.

El primero de ellos, Una casa de flores, trata sobre Otilie, una prostituta que encontrará el amor y que bajo ese estandarte rehará su vida. Vivirá con su esposo y con su suegra, una anciana odiosa que le hace la vida imposible. La vieja quiere asustar a su nuera y muere en sus estratagemas, de una manera que se transmite en la narración un tanto mágica. El esposo se entera del hecho y debe castigar ejemplarmente a su mujer. Ella, pudiendo liberarse, se finge redimida por el esposo.

Cada noche, la joven pareja esperaba para hacer el amor hasta que la Vieja Bonaparte parecía haberse dormido. A veces, tendida en el jergón de paja en donde se acostaban ella y Royal, Ottilie estaba segura de que la anciana permanecía despierta, vigilándoles. En una ocasión llegó a ver un ojo legañoso que, iluminado por las estrellas, brillaba en la oscuridad. Quejarse ante Royal era inútil, él se limitaba a reír. ¿Podía hacerles algún daño aquella vieja, que tantas cosas había visto a lo largo de su vida, quisiera ver unas cuantas más?

 

Una guitarra de diamantes

Narra la triste historia de Mr. Schaeffer y Tico Feo, dos carcelarios. Mr. Schaeffer no tiene amigos, tenía uno pero murió durante su intento de fuga, intento en el que él mismo estaba involucrado pero que no resultó exitoso.

Schaeffer que está destinado a dar esperanza a los otros convictos, no la puede tener para sí. Los demás lo buscan para que les lea sus cartas. Un tanto porque no saben leer, otro tanto porque este hombre cambia las palabras y los deja vivir en el encierro con una matita de luz.

La mayoría de esas cartas son tristes y quejumbrosas; a menudo a Schaeffer improvisa mensajes más animosos en lugar de leer lo que dice el papel.

 

Un recuerdo navideño

Este último relato me atrapó desde el principio por su ternura y su añoranza. Cuenta con un sinfín de imágenes extraordinarias, de inocencia, de detener del tiempo. Un niño y una anciana comparten una amistad curiosa y carente de fronteras. Ambos se complementan y azuzan también sus esperanzas, sus anhelos: uno por inocencia de vida, la otra por bondad.

-Me da la sensación de que antes tenías la mano mucho más pequeña. Supongo que detesto la idea de verte crecer. ¿Seguiremos siendo amigos cuando te hagas mayor?

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