Truman Capote es de aquellos autores que no
necesitan presentación. Habría que empezar por mencionar que es autor de In cold blood, obra que inaugura la hard novel policiaca y que le llevó
cerca de seis años de trabajo. Pero vayámonos hacia atrás, con 23 añitos
presenta su primera novela Other Voices,
other rooms, la cual es celebrada por la crítica.
Me niego a reproducir aquí una biografía que se
puede encontrar en varias lenguas y resumo simplemente hechos de su vida: al
igual que García Márquez, mucho de su estilo se lo debe al periodismo. Tuvo una
crisis existencial por los 45 que lo llevó a irse de gira con los Rolling Stones. Se volvió alcohólico y
adicto a estupefacientes. Tuvo un periodo oscuro e infértil de ocho años de
duración –con el cual a mis ojos luce mucho más humano. Retoma su prosa en 1975
con confesiones sobre sus amigos de la alta sociedad, lo cual, por supuesto
habría de traerle problemas y rupturas.
Nuevamente cae en una onda destructiva –¡qué
raro es escribir esto!–, quiero decir, nuevamente entra en crisis. O quién
sabe, tal vez terminó por buscar otras vías para reencontrar inspiración o la
escritura no le daba ya asilo. El problema es que comenzaron las
alucinaciones, las visitas a los psiquiátricos hasta que en 1984 muere por
sobredosis de tabletas.
Pero ahí no acaba la historia, en 2004 se
encuentra un manuscrito suyo que contenía su –verdadera– primera novela, una
obra que escribiría por ahí de los diecinueve años. Y recordemos claro, que una
película sobre su vida sale un año después, Capote
(de Benneth Miller), que le daría en 2006 el Oscar a mejor actor a Philip
Seymour.
Holly Golightly, oh, qué señorita | Desayuno en Tiffany´s
Los
hombres no saben hablar de casi nada. A los que no les gusta el baseball, les
gustan los caballos, y si no les gusta ninguna de las dos cosas, bueno, seguro
que de todos modos me he metido en un lío: tampoco les gustan las chicas.
¿Quién es esta señorita que parece de Kansas,
entremezcla galicismos en sus charlas y en su inocencia nos parece tan pragmática
y en su madurez tan cínica?
Desayuno en Tiffany´s (1958) es una novela brevísima de esas
que de verdad ganas de leer de una sentada (se filmó asimismo la película homónima en 1961 con Audrey Hepburn). Extremadamente ágil en el ritmo,
con varias anécdotas donde uno no sabe bien adónde llevará el viaje. El
narrador, un joven que quiere volverse escritor, contará sobre una peculiar
vecina, que sin querer lo pone en contacto con figuras de la alta sociedad o
con poder, sean ellos nazistas, gánsteres, millonarios. Todos parecen estar
unidos por la figura tan inasible de Holly Golightly, quien curiosamente se
despidió de su sueño de ser actriz, está casada, visita a un gánster en la
cárcel y se deja seducir no sólo por uno sino por varios galanes; hasta
terminar comprometida con el ex novio de una de sus amigas.
Sabía
muy bien que jamás llegaría a ser una estrella de cine. Es demasiado esfuerzo;
y, si eres inteligente, da demasiada vergüenza. Me falta el suficiente grado de
complejo de inferioridad: para ser una estrella de cine hay que ser, según dice
la gente, tremendamente narcisista; de hecho, lo esencial es no serlo en
absoluto.
Si han tenido ustedes una amiga, de aquellas
que pisotean o maltratan a ciertos amigos, pero que es simpática de una manera
inexplicable; que es necia e irreverente y que en su propio egocentrismo uno le
tiene que rendir pleitesía, entonces sabrán con seguridad cómo es Holly. Y
conocerán esa extraña adicción que causa. A mí me recordó la Holly Golightly de
la infancia. ¿Qué hará ella ahora? ¿Me recordará?
Holly es la típica mujer que detestan aquéllas que
faltas de belleza o autoestima, se encolerizan cuando ven un enjambre de
hombres ser manipulado sin la mínima desfachatez por una mocosa, por una mujer
cuyos medios sin abiertamente sus atributos físicos y los usa sin empacho.
No hay
nada en el mundo que deteste tanto como los hombres que te dan mordiscos. –Se
abrió un poco el albornoz gris para mostrarme las pruebas de lo que ocurre
cuando un hombre da un mordisco. No llevaba más que el albornoz.
Holly es la mujer que sin sensiblerías nos dice
en la cara lo que ninguno de nuestros amigos se atrevería a decir por temor a
lastimarlos. Holly da en el clavo. Holly ve lo que quiere ver y lo demás lo
ignora. Holly es la amiga cuando no se pide nada a cambio. Holly es el
resultado de una sociedad que avanza sin perder tiempo, que está encantada por
el lujo, la imagen y la máscara. Por todo ello nos embelesa de una manera que
nos avergüenza aceptar porque sin querer terminamos enamorados de ella sin
esperanzas de que el sentimiento sea mutuo.
La misma
vanidad que me había conducido a exponerme de aquel modo, me obligó en ese
momento a tacharla de petulante ser insensible, por completo desprovisto de inteligencia.
En Desayuno
en Tiffany´s lo superfluo no sólo es estandarte de mujeres maquilladas ni
de millonarios ociosos; incluso el hombre que le roba el corazón a Holly, un
brasileño nos permite completar este crisol de apariencias y personajes
esperpénticos. Él se encuentra sumido en un mundo caricaturesco y cayó en él
pareciera que por inercia.
Es
posible que, como la mayoría de la gente que se encuentra en un país extranjero
fuese incapaz de situar a la gente, de elegir un marco adecuado para su retrato,
cosa que en Brasil le hubiese resultado de lo más sencillo; es decir, tenía que
enjuiciar a todos los norteamericanos bajo una luz prácticamente uniforme, y
desde este punto de vista sus acompañantes debían de parecerle ejemplos
soportables del color local, del carácter local.
¿Qué hace ser tan entrañable a este ser? A una
mujer que usa, cambia y tira a hombres sin ton ni son. A una mujer joven que un
buen día se le ocurre salir de casa y dejar así a su esposo junto con sus
hijastros. Holly si bien no aparece en la novela como una mujer extremadamente
humana, sino fuera por el episodio con el gato –mascota que ha adoptado– donde
parece que el animal la ha traspasado y se ha anidado en su corazón. Ella no
consigue perdonarse haberlo devuelto a la calle. Holly ciertamente es finita,
egoísta e incluso insensible, pero tiene consecuencia en su persona. Eso es lo
que la distingue de los demás personajes en la historia.
No me
refiero a la honestidad en cuanto a las leyes (podría robar una tumba, hasta le
arrancaría los ojos a un muerto si creyese que así me alegraría un día), sino a
ser honesto con uno mismo. Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde,
falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o puta: prefiero tener el cáncer
que un corazón deshonesto. Y esto no significa que sea una beata. Soy
simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces, de lo otro, siempre.
El joven narrador comienza a reflexionar sobre
Holly a partir de una noticia después de su desaparecimiento. Es este recorrido
el que le permite sincerarse y descubrir repentinamente que incluso él cayó enamorado
de Holly.
la amé
tanto como para olvidarme de mí mismo, de mis autocompasivas desesperaciones, y
contentarme pensando que iba a ocurrir una cosa que a ella la hacía feliz.
Una casa de flores
Junto con Desayuno en Tiffany´s encontramos
tres relatos más. Los tres valen la pena y son temáticamente muy diversos. Una
joya en cuanto al lenguaje. Me resultan tres instantáneas nostálgicas.
El primero de ellos, Una casa de flores, trata
sobre Otilie, una prostituta que encontrará el amor y que bajo ese estandarte
rehará su vida. Vivirá con su esposo y con su suegra, una anciana odiosa que le
hace la vida imposible. La vieja quiere asustar a su nuera y muere en sus
estratagemas, de una manera que se transmite en la narración un tanto mágica.
El esposo se entera del hecho y debe castigar ejemplarmente a su mujer. Ella,
pudiendo liberarse, se finge redimida por el esposo.
Cada
noche, la joven pareja esperaba para hacer el amor hasta que la Vieja Bonaparte
parecía haberse dormido. A veces, tendida en el jergón de paja en donde se
acostaban ella y Royal, Ottilie estaba segura de que la anciana permanecía
despierta, vigilándoles. En una ocasión llegó a ver un ojo legañoso que,
iluminado por las estrellas, brillaba en la oscuridad. Quejarse ante Royal era
inútil, él se limitaba a reír. ¿Podía hacerles algún daño aquella vieja, que
tantas cosas había visto a lo largo de su vida, quisiera ver unas cuantas más?
Una guitarra de
diamantes
Narra la triste historia de Mr. Schaeffer y
Tico Feo, dos carcelarios. Mr. Schaeffer no tiene amigos, tenía uno pero murió
durante su intento de fuga, intento en el que él mismo estaba involucrado pero
que no resultó exitoso.
Schaeffer que está destinado a dar esperanza a
los otros convictos, no la puede tener para sí. Los demás lo buscan para que
les lea sus cartas. Un tanto porque no saben leer, otro tanto porque este
hombre cambia las palabras y los deja vivir en el encierro con una matita de
luz.
La mayoría
de esas cartas son tristes y quejumbrosas; a menudo a Schaeffer improvisa
mensajes más animosos en lugar de leer lo que dice el papel.
Un recuerdo navideño
Este último relato me atrapó desde el principio
por su ternura y su añoranza. Cuenta con un sinfín de imágenes extraordinarias,
de inocencia, de detener del tiempo. Un niño y una anciana comparten una
amistad curiosa y carente de fronteras. Ambos se complementan y azuzan también
sus esperanzas, sus anhelos: uno por inocencia de vida, la otra por bondad.
-Me da
la sensación de que antes tenías la mano mucho más pequeña. Supongo que detesto
la idea de verte crecer. ¿Seguiremos siendo amigos cuando te hagas mayor?
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