que borboteaba y no paraba de gotear.
Yo ponía mis yemas en la fuga
deteniendo el discurrir del agua.
Pero ella necia no paraba y se escurría
por las líneas de mi mano.
Esquivándome los dedos formó un arroyo
y fue improvisando las riberas de su paso.
Pegada al cántaro en mi ingenua soberbia
pensaba yo que podía ralentizar
con la fuerza de mis palmas su aluvión.
No sabía ya que navegaba en una balsa,
no sabía ya que me conducías vos.
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