Nada hay de tu cuerpo
que no reconozca en el mío.
Nada hay de ti que escape a mi tacto.
Voy hacia mí, nuevamente,
sin confundirme a la vuelta.
Voy hacia mí como quien tiene un secreto
y no piensa mostrarlo.
Porque habría de regresar por mí.
Porque ninguna pieza tuya
habría de ser sustraída por mis manos.
Y en la vuelta dejo el equipaje
que arrastra y cascabelea en cada paso.
Sobre la marcha me acuerdo que me gusta silbar.
Trinos graciles me acercan a mí.
Y cuando llego, la veo, me espera impaciente.
Allí está una figura de dos letras unidas.
Justo cuando las suelas se horadan,
justo cuando no me esperaba más nada,
sonríe.
Estoy ahí, esperando en el marco de la puerta,
yo.
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