jueves, 14 de abril de 2016

Agota Kristof | La tercera mentira (III)


“Me acuesto, y antes de dormirme, hablo mentalmente a Lucas, como vengo haciendo desde hace muchísimos años. Le digo más o menos lo de siempre. Le digo que, si está muerto, tiene suerte y que me encantaría estar en su lugar. Le digo que a él le ha correspondido la mejor parte, que yo debo de llevar la carga más pesada. Le digo que la vida es de una futilidad total, que no tiene sentido, es aberración, sufrimiento infinito, invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión”

En La tercera mentira tenemos tanto información anterior a El gran cuaderno como información posterior a La prueba.  Antes de que los niños terminaran con la abuela -si eso realmente pasó- se cuenta como el padre deja a la madre por otra mujer que espera un hijo suyo. La madre en un ataque de celos le dispara y acaba hiriendo a uno de sus hijos por error. En el hospital la familia es separada: la madre entra al psiquiátrico. Uno de los niños termina en el hospital, luego en un orfanato. El otro es recogido y criado por la madre. Muchos años después los hermanos coinciden otra vez. Uno ha conseguido volver al país de origen, está preso y pronto será deportado. Gracias a su embajada se entera de que el hermano se ha vuelto un poeta importante y que se esconde bajo un seudónimo. Se vuelven a ver; se enfrentan. El uno atado al pasado por la madre. El otro víctima de su soledad. No hay perdón entre los hermanos.

La tercera mentira no es fuerte en ese juego del narrador gemelo, ni en ese ritmo nostálgico que nos duele en la segunda parte. La tercera mentira es... –disculpen la comparación– como el truco de Star Wars. Cuando uno como lector pensaba que ya conocía los trucos y herramientas de Kristof, llega la autora y se saca un as bajo la manga. Hay un capítulo anterior a lo que creíamos el inicio. Y a la vez no lo es. Todo es ciertamente ficción incluso la ficción misma que se concibe dentro de la ficción. La realidad se dobla un poco. Lo que se escribe y lo que se lee se deforma, se entremezcla y nada de lo que se ha leído antes está a salvo de ser reescrito o de mostrar en realidad un poco de verdad.

“Todo es mentira. Sé perfectamente que en esta ciudad, en casa de la abuela, yo vivía solo, que ya entonces imaginaba que éramos dos, mi hermano y yo, para hacer soportable la insoportable soledad”
 
La tercera mentira desploma ese afán de conocer la verdad; como si la verdad fuera más importante que el sufrimiento mismo que causa a quienes la tienen como consecuencia directa en sus vidas. ¿Han existido realmente los hermanos? ¿Quién era la madre? ¿La amante del esposo? ¿Se separaron? ¿Cómo es posible separar así a dos personas que nos convencieron doscientas páginas de no haberse separado nunca?

La respuesta a esas preguntas no importa. La verdad es el resultado del dolor que nos deja y como éste va mudando con el tiempo. La tercera mentira es existencialista, es dolorosa, es meditativa.
La tercera mentira es a la vez un juego estilístico exquisito donde los elementos mostrados cambian constantemente de lugar y reescriben la información de las novelas anteriores:

“Así pude comprarme hojas de papel, un lápiz, una goma y un gran cuaderno en el que anoté mis primeras mentiras”.

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