“Ésta es la
historia de un hombre que participó en una competencia de baile.“
Así empieza
el libro de Guerriero y no se cuenta nada más que eso. Posiblemente la
dificultad de contar esta historia sencilla consiste en eso, que es sencilla y
su sencillez nos debe apasionar de tal modo que nos hará leer sus 146 páginas.
Para escribir una historia sencilla se necesita tener un ojo observador bestial
y segundo una pluma precisa y potente, como la de la argentina Leila Guerriero.En esta historia-crónica, la autora persigue un festival de malambo en Laborde que le llama la atención, un festival en un lugar perdido que sin embargo, tiene una importancia tremenda en el baile folclórico argentino con una peculiaridad casi inexplicable: el ganador se compromete por acuerdo tácito a dejar de bailar, no se presentará más en otros concursos si es que gana el festival de Laborde. Aquí se puede ver qué es el malambo:
Esta historia sencilla va del
malambo, una danza con dos estilos basada en el zapateo, que cuenta con más de
veinte mudanzas. Esta historia ocurre en Laborde, provincia de Córdoba:
“Para los
malambistas de todo el país, en cambio, Laborde es una verdadera meca, el punto
geográfico donde se concentran una vez por año sus expectativas más altas.”
refiere Guerreiro sobre el artículo que disparó su curiosidad sobre esta danza
y terminará llevándola hasta Laborde:
“Es el
jueves 13 de enero de 2011 y la entrada a Laborde no podría ser más obvia: hay
una bandera argentina pintada –celeste, blanco– y la leyenda dice: Laborde
Capital Nacional del Malambo. El pueblo es uno de esos lugares con límites
claros: siete cuadras de largo y catorce de ancho. Eso es todo y, como es tan
poco, la gente casi no conoce los nombres de las calles y se guía por
indicaciones como “enfrente de la casa de López” o “al lado de la heladería”.”
(p. 19)
Aquí, gracias a los mapas de google, se puede
ver Laborde:
¿Por qué es
tan especial este festival si no hay un premio extremadamente grande ni se
trata de un festival con fama en esferas no especializadas? La autora se pasa
preguntándose eso durante tantas páginas.
“Para
preservar el prestigio del festival, y reafirmar su carácter de competencia
máxima, los campeones de Laborde mantienen, desde el año 1966, un pacto tácito
que dice que, aunque pueden hacerlo en otros rubros, jamás volverán a competir,
ni en ese ni en otros festivales, en una categoría de malambo solista” (p.22)
Guerriero cada
vez avanza más en sus pesquisas, hasta que se topa con un espectáculo
profesional de solistas, el cual describe con la fuerza que se le quedó en el
recuerdo:
“Envuelto
en la tensión que precede al ataque de un lobo, aumenta poco a poco la
velocidad hasta que sus pies son dos animales que rompen, muelen, quiebran,
despedazan, trituran, matan y, finalmente, golpean el escenario como un choque
de trenes, y bañado en sudor, se detiene, duro como una cuerda de cristal
purpúrea y trágica. Después, saluda con una reverencia y se va. […]
Ése fue el
primer malambo mayor en competencia que vi en Laborde, y fue como recibir una
embestida.” (p.34)
Durante la
lectura es imposible no contagiarse por esa curiosidad de la periodista y uno
va interrumpiendo la lectura y buscando en internet dónde es que queda ese
Laborde, cómo es que se viste un gaucho y uno hace memoria sobre los amigos
argentinos y sonríe al saber que al menos dos son de Córdoba y pueden
enriquecer la lectura.
En la crónica el festival es el
tema, no sólo el origen, la técnica, la música, el vestuario. En algún momento
también toca el turno a los bailadores:
“Tienen una
edad promedio de veintitrés años. No fuman, no beben, no trasnochan. Muchos
escuchan punk o heavy metal o rock y todos son capaces de diferenciar un
pericón de una cueca, un vals de una vidala. Han leído devotamente libros como
el Martín Fierro, Don Segundo Sombra o Juan Moreira: epítomes de la tradición y
el mundo gaucho. La saga que forman esos libros y algunas películas de época –como
La guerra gaucha- les resulta tan
inspiradora como a otros les resultan Harry
Potter o Star Trek.” (p.43)
Al observar
los bailes, al meterse de lleno en el tema, topa con Rodolfo González
Alcántara, que después se volverá campeón. Y se queda completamente prendada de
su presencia en el escenario, de la convicción con la que este joven de
veintiocho años se planta para bailar. Eso hace un giro en la forma de contar
la crónica sobre el malambo y Laborde. A partir de este momento, la autora
contará una historia personal.
“Y ése fue
el momento exacto en que esta historia empezó a ser definitivamente otra cosa.
Una historia difícil. La historia de un hombre común” (p.51)
Leila se
entrevista con este muchacho y con la familia de éste y va formando poco a poco
un mapa de quién este Rodolfo y nos permite entender qué tipo de hombre es, que
nadie sabe de dónde le vino esta pasión por el baile siendo él un niño gordo y
ajeno a ese mundo. Nos hace ver a través de sus entrenamientos y sacrificios qué
está dispuesto a dar por ganar el campeonato de Laborde, para inmediatamente
después dejar de hacer lo que más le gusta, bailar malambo a un nivel
profesional:
“Un hombre
común con unos padres comunes luchando por tener una vida mejor en
circunstancias de pobreza común o, en todo caso, no más extraordinaria que la
de muchas familias pobres. ¿Nos interesa leer historias de la gente como
Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios
existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima
con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla –leerla-
revestida? (p.79)
Es el
contacto con Rodolfo lo que permite a la periodista sentir esa pasión por el
malambo y que finalmente termina por apresarla toda, cuando está en el campeonato,
se acerca ya la hora de la verdad, los sentimientos están todos a flor de piel
y todo lo que puede hacer uno es esperar y ayudar como sea al quizás próximo
campeón de Laborde:
“Mientras
camino hacia el auto me siento tocada por algo parecido al privilegio: lo
llevaré yo. Yo. ¿Empiezo a entender algo?” (p.130)
Como bien
se puede suponer, Rodolfo gana el campeonato, no se hacen esperar las lágrimas,
la emoción, todo termina en fiesta. Páginas atrás todo parecía tan incierto y
pedregoso y por fin, uno puedo dejar de esperar y disfrutar de lo que ha
alcanzado. Con esta frase tan sencilla, cierra el festival que hace campeón a
Rodolfo:
“Ahí está,
me digo. He ahí un hombre al que la vida le ha cambiado para siempre”. (p.136)
Lo que
sigue ahora es un “long goodbye”, el campeón presentará su baile en diferentes
provincias, impartirá un taller. Dará autógrafos, recibirá el respeto y
admiración de tantos. Mejorará su vida. Un año para despedirse del malambo,
porque después no podrá bailar más. ¿Valió la pena?
“[…]
nosotros los malambistas, nos esforzamos, pero el sacrificio lo hacen quienes
nos acompañan: porque acompañan un sueño que no les pertenece. Así que gracias
a todos ustedes.” (p.138)
Con estas palabras se despide el campeón un año
después de haber vencido como solista.
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