lunes, 3 de enero de 2022

“Distanciamiento social” o de cómo las palabras modelan lo que hacemos y pensamos

Cottonbro, Pexels

Empieza el nuevo año -termina el segundo con restricciones mundiales por COVID-19. Algunos países aflojan medidas, otros siguen creando pánico, porque éste permite controlar más fácilmente a las masas que ya no quieren -o pueden- estar recluidas.

Las primeras invitaciones para salir en este año no se hacen esperar. Algunas me alcanzan vía celular y aunque debieran alegrarme, en realidad me fruncen el ceño, me llenan de ansiedad y desgano.

Recuerdo que en 2020 entre las primeras cosas que no me agradaron fue el uso indiscriminado de palabras como “confinamiento” y “distancia social” porque se usan para algo, pero sugieren otra cosa y lentamente van cambiando nuestra percepción de la realidad. Su uso cotidiano pues, es como esa constante gota de agua sobre una gran roca a través del tiempo que termina por fracturarla. Sin querer, así pasó con la mayoría de nosotros.

Recapitulemos. Confinamiento significaba (al menos hasta la primera parte de 2020) “Acción y efecto de confinar o confinarse” y “Pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente, en libertad, en un lugar distinto al de su domicilio”. Es decir, se trataba más bien de desterrar alguien en una residencia obligatoria como la cárcel. Justamente a las mismas conclusiones llegan Margo Glanz y Mario Bellatín en su conferencia “Delirios, prisiones y contagios” (véase aquí), la palabra “confinamiento” según estos catedráticos no está bien empleada. Proponen en su lugar “resguardo” ya que nosotros no somos confinados, o en otras palabras, no somos prisioneros.

Y la RAE que ha recibido una serie de tortazos en los últimos años por su incapacidad de adecuarse a la realidad de la lengua en un acto de prestidigitación no sólo declara que confinamiento es la palabra del año 2020, sino que le añade un significado primordial “Aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad.” (RAE, 2022). Interesante es que en otras ocasiones la RAE ha respondido con razones etimológicas o lingüísticas para rechazar la lengua actual y en este caso en lugar de hacer uso de su sapiencia, simplemente va por el camino fácil y acepta sin chistar una nueva acepción. Qué lástima que ninguno de los lexicógrafos encargados se dio un chapuzón para ver qué repertorio tenía ya la lengua española. Quizás alguno hubiera topado efectivamente -y como lo hicieron Glantz y Bellatín- con la esperanzadora palabra “resguardo”.

¿Por qué esta perorata? No le contesto, sino que le devuelvo otras preguntas. ¿Con qué palabra se siente usted más ligero y protegido, con “confinamiento” o con “resguardo”? ¿Cuál le pesa menos en la rutina? A mí la segunda, porque mi casa no es una prisión, ni un lugar extraño o ajeno a mí. Quiero -y he intentado- que sea un lugar que me proteja y me dé estabilidad.

Pero no me haga usted caso. Vayamos mejor a la siguiente palabra, con la cual sí que tengo problemas. “Distanciamiento social”, ¿qué entiende usted con ese concepto? ¿Que debe de dejar de tener contacto con todo el mundo, prescindir de sus apoyos emocionales y continuar el camino solo y aplatanado como si los demás fueran en sí fuentes virulentas peligrosas? O bien, ¿entiende usted que se tiene que distanciar físicamente de otras personas, pero esto no significa que se recluya a la soledad social ad infinitum?

Vale, lo reformulo. Con “distanciamiento social”, como personas nos alejamos no solo físicamente de los demás, sino también socialmente. ¿No me cree? Mire su entorno: ¿contacta usted con amigos y conocidos con la misma frecuencia que hace dos años? Y si socialmente nos distanciamos, entonces retrocedemos en muchos sentidos, en la empatía con el otro, en la tolerancia, en la confianza, amistad, lealtad, respeto.

 En tantas cosas que ya estaban sobre la mesa y que empezábamos todos a discutir como sociedad. Se nos pidió distanciamiento físico, pero hicimos distanciamiento social. Yo no creo que estas palabras hayan sido empleadas con descuido, creo que se emplean políticamente a posta, bajo el moto “divide y vencerás”. (Aquí si usted me pone etiquetas como “desinformada”, “extremista”, “covidiota”, “negacionista” le pido que antes de etiquetar, al menos termine el texto).

Anna Shivents, Pexels
Creo que no es normal que desconfiemos del otro y que un amigo me pregunte antes de entrar a su casa si soy negativa me sigue pareciendo anormal. Mis amigos -al menos así lo siento- antes confiaban en mi sentido común y me creerían incapaz de ponerlos en riesgo. Simplemente porque… somos amigos y entre nosotros nos cuidamos mutuamente. Así como no me parece normal visitarlos si tengo tos, gripe o cualquier otra cosa contagiosa porque eso no se hace y punto, ¿por qué se me ocurriría visitarlos si no tengo la certeza -en los límites posibles de un test- de que estoy sana? La amistad para mí tiene su base en la confianza mutua. ¿Entonces qué hacen mensajes en mi móvil como “si me he testeado últimamente?”. De igual manera me queda claro que no porque uno se testee o se vacune tiene garantía de permanecer sano, pero confío en que las personas con las que interactúo hacen lo posible para no contagiarme. No tengo que pedirles ninguna prueba de su sentido común.

Por supuesto, estos dos conceptos -confinamiento y distanciamiento social- no son responsables del miedo que se ha apoderado de la gente, bastante culpa tienen los medios del tono amarillista que se esparce por redes sociales y mensajes cadena. Pero aún así se puede hacer algo, intentar usar las palabras correctamente, resguardarse y no confinarse. Conservar la distancia (física), pero no distanciarse (socialmente) de los demás. Y quizás si lo hacemos con regularidad, jamás de los jamases lleguemos a pensar que la palabra “salud” sólo significa no tener covid-19 como si las demás enfermedades del mundo no existieran.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario